Gustavo Adolfo Bécquer nació con los apellidos Domínguez Bastida el 17 de febrero de 1836 en Sevilla. Huérfano de padre y de madre desde los 10 años, fue criado por su madrina, Manuela Monnehay. Desde 1854 malvive en Madrid, junto a su hermano Valeriano, realizando traducciones, críticas o textos para periódicos. Y en estos medios aparecieron publicadas tanto Cartas literarias a una mujer como Cartas desde mi celda. Estas últimas son nueve artículos escritos para El contemporáneo durante su convalecencia en el Monasterio de Veruela en 1864. Del mismo tenor son las Cartas literarias a una mujer, cuatro enigmáticas misivas de las que se desconoce la destinataria, si algo así estuvo en la mente del escritor.
Cartas literarias a una mujer
Como he apuntado más arriba, las Cartas literarias a una mujer son cuatro cartas distintas publicadas en El contemporáneo entre finales de 1860 y principios de 1861. Aparecieron sin firma. En ellas, el poeta de las Rimas medita sobre la esencia de la poesía tomando una mujer cualquiera como símbolo aglutinador tanto de la condición femenina como de la lírica. En la primera de las Cartas literarias a una mujer se incluyen sus conocidos y famosísimos versos:
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul:
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
En esta misiva Bécquer desgrana su poética, su modo personal y particular de acercamiento al acto de creación literaria. Nos dice de su acercamiento a la belleza, al amor y a la mujer. Para el escritor, poesía no son solos los textos literarios sino también todo aquello que en la realidad, la naturaleza, la creación o las relaciones pueden calificarse como tal. Poesía es, por tanto, una forma de sentir el mundo conforme a un estado del alma específico. Asimilar esta fórmula espiritual no deja de ser una convección más de su tiempo, el mismo que caracterizaba el universo femenino como más frágil, sensible y, por tanto, poético.
En la segunda de las Cartas literarias a una mujer Bécquer deja expuesto el camino que va desde el sentimiento poético hacia la praxis, hacia la escritura y hacia la ejecución última del poema. En el mismo escrito, también se lamenta por la dificultad de la lengua para nombrar y expresar lo más complejo del espíritu. Así, nos dice: «… por lo que a mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo».
En la tercera, el artista pasa de tratar los entresijos de la poesía para centrarse en el amor. Así enlaza con la última de las Cartas literarias a una mujer en la que se adentra en el concepto de poesía como una verdadera religión, como un sacerdocio y como un servicio gratuito a la palabra. Esta misma idea será recogida, mas tarde, por otro bardo universal de las letras hispánicas, también nacido en Sevilla: Luis Cernuda, quien considera la poesía como la más sublime expresión del amor y al poeta como una suerte de sacerdote que se debe a las grandezas de las palabras.
Por la última frase de la última de las Cartas literarias a una mujer («Continuará…») podemos deducir que es un trabajo inconcluso desconociendo las razones para ello. Esto no quita su importancia, ya que recoge de primera mano el modelo de poética becqueriano, el razonamiento que el escritor realiza sobre el mismo acto poético. Nos insiste que este siempre es posterior al sentimiento producido ya sea o no de amor mientras que el poema es entendido como un rito que se ofrece en sacrificio casi en una búsqueda de idealización del amor, representado en lo femenino.
Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla