El teatro del absurdo nace en Europa en la década de los cincuenta del siglo XX en una evolución que se venía produciendo desde finales del Romanticismo con el estreno de Casa de muñecas (1879) de Henrik Ibsen (1828-1906). La obra más representativa de esta tendencia artística es La cantante calva del autor rumano Eugène Ionesco (1909-1994) que estuvo en cartel en París (por entonces ombligo del mundo) desde 1950 hasta 1970 (veinte años) sin interrupción. Estamos ante todo un éxito, máxime cuando se trata de una obra que no es del agrado del público general. Comienzo diciendo que una de las características del teatro del absurdo radica en considerar la literatura (y por ende el teatro) esencialmente como incomunicable.
Antecedentes del teatro del absurdo
Si en cualquier manifestación artística tenemos que entender el contexto social, histórico, político y hasta económico en el que surge y se desarrolla, con el teatro del absurdo esta premisa es aún más importante. Y lo es porque en Europa, donde nace y se desarrolla, se acaba de salir de una guerra cruenta que dejó al descubierto los límites del ser humano. Aunque, ya desde el Romanticismo, se apela a la libertad individual como el más ansiado bien, por las dinámicas sociales este don se siente, en la segunda mitad del siglo XX, como inalcanzable. Además, no podemos entender ninguna manifestación artística de la época sin el avance de la ciencia psicológica y sus estudios sobre el inconsciente. A raíz de estos descubrimientos, el individuo se ve a sí mismo, no ya como un todo inmutable con respecto a su personalidad, sino como un puzzle de vicios, virtudes, vivencias, miedos y afrontamientos que desconocía. Esto supuso un antes y un después que el arte (en todas sus expresiones) recogió con fruición casi. El teatro del absurdo no fue ajeno a esta tendencia. Sin embargo, este no surgió de unos hechos históricos concretos (que contribuyeron, sin duda, a afianzarse) sino que, de alguna manera u otra, es el resultado de una evolución artística en el que tenemos que tener en cuenta los siguientes hitos.
1.- Ubú Rey de Alfred Jarry
Está considera una de las obras antecedentes del surrealismo, movimiento predominante en la época. Su estreno en 1896 fue un escándalo y abrió las puertas a todos los experimentos vanguardistas que llegaron después. Utiliza un lenguaje malsonante que chocaba con los principios y buenas maneras burguesas que imperaban entonces. La libertad entra en el escenario a fuerza de sacudir conciencias. Esta obra fue también determinante para el desarrollo del teatro simbolista y su búsqueda de las vivencias interiores.
2.- El teatro del noruego Henrik Ibsen
Desde Espectros hasta Casa de muñecas, el dramaturgo busca la caída de las máscaras que amordazan el ser auténtico por las imposiciones sociales. Sus obras se empeñan en echar por tierra las apariencias y las convenciones en esa búsqueda de la verdad interior oculta a la conciencia. Bien es verdad que el concepto de inconsciente según Freud aún tardaría algunas décadas en llegar. Aún así, la idea ya estaba en el aire. Esta temática (la de la búsqueda de la verdad personal al margen de las ataduras ajenas) continuaría con las obras de Bernard Shaw (1856-1950) y Frank Wedekind (1864-1918).
3.- El metateatro de Luigi Pirandello (1867-1936) en Seis personajes en busca de autor (1921)
Tal como se ha apuntado por parte de la crítica, la problemática de las máscaras, de las caretas y de los disfraces intelectuales se llevan al teatro rompiendo todos los moldes clásicos. Con la obra de Pirandello nos encontramos ante la ausencia de narración tradicional para ir adentrándonos en los oscuros recovecos, no ya de la naturaleza humana en sí, sino de la interpretación que de ella hacemos.
6.- No podemos entender las características del teatro del absurdo sin el ambiente intelectual de la época
Los existencialistas copaban la escena cultural de una Europa que hacía tiempo que había matado a Dios y buscaba la justicia en el interior del ser humano. Así, además, se ponía, a la par, las semillas para el relativismo y las filosofías de la deconstrucción del postmodernismo. Si bien las obras de Kafka o Joyce ejercieron una poderosa influencia en los círculos tanto académicos como de intelectuales de un Occidente que quería salir de los horrores de la II Guerra Mundial, tampoco podemos olvidar el auge del existencialismo. Y su preferencia, al menos hasta bien entrada la década de los setenta, por los ideales comunistas que por entonces se creían como la nueva Arcadia. Otra cosa distinta fueron los horrores que se conocieron después.
En definitiva, no podemos entender las características del teatro del absurdo sin asimilar las ideas políticas, filosóficas o artísticas que se cocían en una civilización occidental (América del Norte y Europa) que había perdido la fe en cualquier utopía futura, que luchaba contra el pesimismo ante la constatación de la monstruosidad del ser humano y que no encontraba el consuelo en religión alguna. Con estos mimbres hasta el lenguaje pierde su función y se entiende como un mecanismo que solo sirve para la incomunicación y, en último extremo, para alimentar la soledad de un mundo que había destrozado los modelos sociales conocidos. En palabras de Albert Camus, el teatro del absurdo se abre a un universo en el que no hay un solo asidero al que agarrarse para sostener un espíritu vapuleado por la historia:
Un mundo que puede ser explicado, aunque puede ser explicado, aunque sea insatisfactoriamente, es un mundo confiado. Pero en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luz, el hombre se siente como un extraño. El suyo es un exilio irremediable: se encuentra tan privado de los recuerdos de una patria perdida como carente de la esperanza de alcanzar una tierra prometida. Esta escisión entre el hombre y su vida, entre el actor y su escenario constituye precisamente el sentimiento del absurdo.
Características del teatro del absurdo
1.- El lenguaje ha perdido su función comunicativa o nunca la tuvo y la civilización se mantuvo con roles sociales de obligado cumplimento
Lo interior humano (lo anímico y espiritual) es incomunicable. Si esto es lo importante, el lenguaje no sirve para su cometido. Por eso el arte se aferra a los símbolos e, incluso, a los mitos universales. Sin embargo, para el teatro del absurdo estas herramientas no son suficientes cayendo en un nihilismo que, por lo demás, es también característica de la época.
2.- La existencia y cualquier manifestación artística es, por tanto, absurda
Y también objeto de crítica. En este sentido entronca con el dadaísmo y su negación del arte mismo. La crítica, ante esta actitud, pierde su función y a lo único que se aspira es a poner de manifiesto una realidad que, como veremos a continuación, tiene que estar fuera de las convenciones sociales aceptadas.
3.- Al negar el mensaje del lenguaje, la narración deja de tener sentido
Entramos en la fragmentación, en los espacios literarios simbólicos que tanto juego han dado en la literatura del siglo XX. Con la fragmentación se pierde el sentido de unicidad y, también, de verdad. Ya no hay una verdad absoluta y aceptada sino múltiples verdades.
4.- Se alzan contra la realidad externa que es una mera imposición social
La vida se convierte en una convención aceptada por todos. La verdad y la realidad está en otro lado, en la fragmentación, en los límites, en las opiniones diversas, en la crítica de lo más mínimo y en la subjetividad extrema.
5.- Individualismo como camino para encontrar el alma colectiva
Otra de las características del teatro del absurdo radica en esa contradicción a la hora de aunar los deseos de libertad y de individualismo con el alma colectiva. Llegados a este punto hay que recordar que el arte y la literatura de la época encontró en el comunismo la fórmula política idónea para deshacerse de todas las cargas de la historia. Sin embargo, ese espíritu colectivista no puede, de ninguna manera, consentir la subjetividad personal. Con estas fuerzas contradictorias tuvieron que lidiar buena parte de los artistas que veían en los avances de la psicología y los nuevos modelos sociales la puerta de salida a sus choques emocionales. El resultado de esta confrontación espiritual y el fracaso del proyecto comunitario fue la soledad, una soledad que se acabó convirtiendo en el espíritu de una época.
6.- Una de las características del teatro del absurdo es la búsqueda de lo interior, del espíritu, del pensamiento
Como consecuencia de lo anterior, el único espacio que quedaría libre para el artista, para el intelectual y para el ser humano con afán de búsqueda es el interior, lo etéreo, el espíritu, el mundo onírico, las opiniones y la vida al margen de cualquier norma social.
7.- Crítica a las convenciones sociales
También consecuencia de lo anterior ya que considera que amenaza la salida de la independencia, de la individualidad y de la libertad.
8.- El teatro del absurdo como cualquier manifestación artística de la época se erige en un canto a la soledad
La soledad es la consecuencia de esa crítica y de ese apartarse de las normas sociales. La verdad ya no está en la comunidad sino en el interior de sí y, por tanto, se alimenta la individualidad, la incomunicación y el apartamiento.
9.- Otra de las características del teatro del absurdo es la búsqueda de los mundos posibles
Y uno de esos mundos posibles es el modelo político comunista. Sin embargo, los intelectuales acabaron entrando en una espiral difícil de romper ya que no podían aunar sus principios con los hechos criminales que se empezaban a conocer ya a mediados de la década de los sesenta.
Lo desacostumbrado, el descubrimiento de otra realidad tras la realidad, que la primera realidad dirige y orienta; este mundo insólito solo puede emerger del macilento, incoloro, diario vivir en todos los días, en la prosa de todos los días. Tan pronto como se siente que lo diario es absurdo e inverosímil, es señal de que se ha sabido superarlo y vencerlo; pero antes es necesario haber sido capaz de ahondar y excavar en sus raíces.
E. Ionesco: Sobre mí mismo
10.- Se busca lo trivial, lo cotidiano, lo que no tiene importancia
Se rechaza la épica tanto individual como colectiva. Se reniega de la historia y de la tradición por considerar que eran formatos que coartaban la libertad individual y se buscan modelos radicalmente alternativos.
11.- No encontramos ni héroes ni antagonistas
La narración se reduce a lo mínimo. El conflicto no pretende ser resuelto y, además, siempre es personal. El protagonista, por tanto, está abocado a pelear contra sus propios fantasmas en una batalla que, emocionalmente, tiene perdida de antemano.
12.- Se investiga con las posibilidades del metalenguaje
La obra se convierte en crítica de la obra misma o en ella ya se apela a esa imposibilidad de comunicación. Se abren, por tanto, las puertas a la experimentación que llegaría después rompiendo, incluso, las fronteras de la literatura misma, tal cual hace la poesía visual.
En definitiva, las características del teatro del absurdo apelan a la intrascendencia de una vida en la que se han dinamitado todos los asideros emocionales (religión, tradición, apoyos y/o convenciones sociales). Fue creado por espíritus dados al análisis y que ya habían asimilado el inconsciente oculto en todas sus facetas. Son obras no aptas para el público en general y se dirigen a una élite entendida. Esta, ni que decir tiene, había aumentado considerablemente en relación con las generaciones anteriores. Es un teatro, que todo hay que decirlo también, fruto de una época pesimista que se había visto obligada a mirar en el profundo fondo monstruoso de la raza humana tras los horrores de la II Guerra Mundial. La literatura, la filosofía, la política y la cultura de estos años es eminentemente analítica (hurgando en todos los recovecos del espíritu), pesimista (por ese convencimiento del absurdo de la vida) y en búsqueda constante de mundos posibles alternativos a la tradición. Todo ello hizo posible generaciones completas de creadores de gran importancia que se dedicaron a diseccionar (sin esperanza alguna) en los muchos vicios y pocas virtudes contemporáneas con un componente, a veces, demoledor en su relación con el devenir de la existencia misma. Aceptaron el absurdo, la intrascendencia y lo fortuito de la vida con alma gris (entendida en el sentido triste del término) y sin un ápice de esperanza o alegría. Por tanto, esa libertad tan deseada en todos los aspectos estaba, de antemano, condenada al fracaso.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla