Diosa Artemis de la mitología griega: virgen y vengativa

La diosa Artemis de la mitología griega

La diosa Artemis de la mitología griega

Candela Vizcaíno

 

Hija de Zeus y de Leto (nacida en la segunda generación de titanes griegos), Artemis es también la hermana gemela de Apolo. Es la diosa de las artes de la caza y protectora de los partos y nacimientos. La mitología griega nos representa a Artemis o Artemisa con un aspecto indómito, fiero, cruel y vengativa con aquellos que osan traspasar su espacio sagrado. Diosa virgen, está relacionada con el aspecto lunar, oscuro y errante contrapuesta al símbolo solar de su gemelo Apolo. Dispuesta a castigar a los varones, es una diosa protectora del mundo femenino siempre y cuando este gire en torno a la castidad, a la independencia y a la libertad. Por eso se lleva tan mal con Afrodita que no duda en entregarse a amantes de todo tipo cometiendo sonados adulterios. Y nada más tenemos que recordar la humillación llevada a cabo por Hefesto cuando se entera de los amores con Ares. Artemis es totalmente distinta. No solo es virgen y casta sino que castiga a todos aquellos que se atreven a mirarla o a quienes no respetan los perímetros sagrados por ella impuestos. Artemis nació antes que Apolo y ayudó a su madre (la titánide Leto) a que diera a luz a su gemelo. Por eso desde ese momento es la matrona protectora de las mujeres que se adentran en el trabajo del parto. 

A Artemis se la representa como una cazadora provista de flechas y arco corriendo por los bosques y los montes. Se baña en las fuentes de agua clara y es despiadada tanto con hombres arrogantes como con mujeres que ceden a la tentación del amor. Ella representa el ideal de libertad y de independencia absolutas. Este aguerrido carácter se forjó desde el momento de su mismo nacimiento, ya que su madre, Leto, fue objeto de persecución por parte de Hera, diosa del hogar, del matrimonio y esposa de Zeus. Por eso, tanto Artemis como Apolo fueron grandes defensores de su progenitora ayudándola en múltiples avatares.

Artemis e Hipólito  

Hipólito era hijo de Hipólita, la reina de las amazonas, la tribu de las mujeres guerreras de la antigua Grecia y del héroe Teseo, el mismo que, con la ayuda del hilo de Ariadna, dio muerte a Asterión, el minotauro encerrado en el laberinto de Creta. Gran amante de la caza, era un fiel devoto de Artemis y, a la par, detestaba a Afrodita por tener un carácter contrario a la diosa virgen.  

Enfadada por tal elección y para castigarle por lo que consideraba una afrenta, la diosa del amor propicia que Fedra, esposa del padre del muchacho, se enamore locamente de él. Sin embargo, el casto Hipólito la rechaza cuando esta va a ofrecerse y la madrastra, a continuación y para salvar su honor, se suicida. Sin embargo, la nodriza de Fedra, movida por el dolor, culpa a Hipólito de su muerte aduciendo que la madrastra se quitó la vida por no poder superar el trauma de una violación por parte de Hipólito. 

Furioso (y engañado) Teseo por lo que había ocurrido, pide a Poseidón castigo para Hipólito. Y se lleva a cabo de la peor manera posible ya que es arrastrado por sus propios caballos. Conmovida Artemis por la injusticia cometida contra el joven, pide a su vez a Asclepio, dios de la medicina, que lo resucite y que le entregue el alma de su protegido. Así lo hace Asclepio e Hipólito es transportado por la propia diosa hacia el templo de Araccia (cerca de Roma) donde vive como compañero inmortal de la diosa.

Artemis y Acteón, convertido en ciervo por espiar a la diosa cuando se bañaba  

Era Acteón un apuesto cazador que se jactaba de su manejo con el arco y las flechas. Era protegido del centauro Quirón, el sabio híbrido (mitad hombre mitad caballo) patrono de los médicos. Acteón se rodeaba de una jauría de cincuenta sabuesos. Un buen día que Artemis se bañaba en una fuente rodeada de hermosas ninfas, Acteón se dedicó a espiarlas. Al pronto, la diosa se da cuenta de la intromisión y, llevada por la furia y el carácter vengativo con el que se caracterizaba, lo castigó. ¿Cómo? 

Según nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis (s. I) lo convirtió en un venado e hizo que sus propios perros lo persiguieran hasta darle muerte y despedazarlo por completo. Enterado el sabio Quirón de lo que había sucedido con su ahijado, hizo levantar una escultura de Acteón ya convertido en venado rodeado de su jauría presta a la mordedura. La desgraciada aventura del joven Acteón, así, sirve de advertencia a todos aquellos que, llevados por la arrogancia, osan molestar a la diosa virgen y, por extensión, a las mujeres que han hecho de su cuerpo su templo. 

Artemis, Ifigenia y Agamenón 

Agamenón, el rey de Micenas, igual que Acteón, se jactaba de sus habilidades de cazador y un buen día abatió una corza o un ciervo, según otras versiones, en uno de los bosques sagrados de Artemis. El asunto no llegó a mayores hasta que de camino a la guerra de Troya, la diosa hizo que se calmaran los vientos, tanto que vararon todos los barcos que comandaba el rey Agamenón. Así seguirían, perdidos en medio del mar, hasta que no fuera ofrecida en sacrificio Ifigenia, la hermosa hija pequeña del monarca.  

A partir de aquí las fuentes difieren en el desenlace del relato. Algunas, las menos, apuntan a que la inocente niña fue asesinada para calmar la sed de venganza de la diosa. Otras nos dicen que, en el último momento, la deidad ofreció una corza, un toro, un pájaro o una vieja en lugar de la doncella llevándose a Ifigenia a uno de sus templos para que le sirviera como sacerdotisa, virgen como ella. Otras fuentes apuntan a que, justo cuando se iba a realizar el sacrificio aparece o un toro o un pájaro o una vieja o una corza y que los sacerdotes interpretan esta presencia como la voluntad de la diosa. Como quiera que se desarrolle el final de este mito clásico, una vez más asistimos a la cólera de Artemis quien no duda en cobrarse en sangre (esta vez inocente) cualquier afrenta. 

Sentido simbólico de la diosa Artemis de la mitología griega 

La visión patriarcal del primer psicoanálisis no trató muy bien la figura de Artemis arrogándole todos los atributos negativos de la madre castradora, la que no permite el crecimiento espiritual de sus vástagos. Se centraron en su personalidad vengativa y no quisieron ver el ideal independiente que la diosa representa.  

Artemis simbolizaría, a los ojos de ciertos analistas, el aspecto celoso, dominador y castrador de la madre. Con Afrodita, su opuesta, constituiría el retrato integral de la mujer, tan profundamente dividida en ella misma, mientras no ha reducido las tensiones nacidas de este doble aspecto de su naturaleza. Las fieras que acompañan a Artemisa en sus correrías son los instintos inseparables del ser humano, que importa domar para llegar a esa ciudad de los justos que gustaba, según Homero, a la diosa.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Sin embargo, una visión más amplia de la simbología de la diosa Artemis de la mitología griega nos muestra un ideal que se aleja de los instintos y que no renuncia a los dones de la naturaleza. Su espíritu indomable va más allá de su afán de libertad y de independencia. Se erige en protectora del mundo femenino, de la fortaleza de quien da vida, del ideal de justicia de quien respeta lo sagrado que hay en el otro. Por eso, no duda en recompensar a Hipólito (hijo de una amazona recordemos) con la inmortalidad y en despedazar a Acteón. Y por último, apuntamos que en sus templos se ofrecían sacrificios de bestias salvajes y sus fiestas se celebraban con niñas y jóvenes bailando con disfraces de osos.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla  

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