Ares, dios griego de la guerra

Ares, dios griego de la guerra

Ares, dios griego de la guerra

Candela Vizcaíno

 

Ares es hijo de Zeus, el patriarca del Olimpo, y de Hera, su esposa, protectora del hogar, del matrimonio y de la familia tradicional. Hermano de Atenea, la diosa de la sabiduría, ambos se reparten la protección de las artes de la guerra. Es el correlato de Marte romano y se le retrata ataviado con casco brillante, coraza, espada y lanza. Ares representa la fuerza brutal, la que se impone por envergadura física y la que ataca sin reflexionar y sin ningún tipo de estrategia. Por eso, Atenea lo supera en combate; porque la diosa utiliza las tácticas de la inteligencia de la que Ares carece. Es tan impulsivo y sanguíneo en su actuar que hasta sus padres le reprenden. Y su participación en la guerra de Troya dio lugar a una prohibición del Olimpo: la que dicta que los dioses no pueden enfrascarse en las batallas de los hombres. Así se evitaría, entre otras cosas, la humillación que sufrió Ares en esta contienda, ya que tuvo que refugiarse en el Olimpo para que le curaran las heridas infligidas por un mortal. Sus nefastos actos no acaban aquí, ya que viola a la princesa Rea Silvia (obligada a la virginidad de las vestales). De esa unión forzada nacen los gemelos Rómulo y Remo, amamantados por una loba y fundadores de Roma

Características del dios griego de la guerra  

Zeus lo describe como “el más odioso de todos los Inmortales” por su tendencia a inmiscuirse en las guerras de los hombres. Y Hera, su madre, dice de él que es un “loco que no conoce ley”. Similar opinión tiene Atenea, la diosa virgen protectora de las artes y la civilización, que no entiende su impulsividad y sangre caliente; ella que es todo sabiduría e inteligencia. Y se refiere a Ares como “furioso, voluble, mal encarnado…”  

Porque Ares es la fuerza brutal, no la táctica de la guerra. Se impone por la envergadura y porque es un Inmortal y no porque medite la estrategia. Eso es tarea de Atenea. Es ruidoso, veloz y no le hace ascos a llenarse las manos de sangre aunque eso suponga una carnicería, extremo indigno para un dios que debe vencer con nobleza y mañas astutas. No hay mesura en él y llega incluso a apartarse de la justicia. No piensa. Actúa, aunque de esa aventura salga escaldado. 

Ares no es solo el dios de la guerra, es también el de la juventud impulsiva y de la vegetación. Al parecer, esta analogía proviene porque, en la antigüedad, los príncipes elegían marzo para pelear. Aparece, además, como el guía de héroes buscadores, los que no se conforman y salen del hogar ancestral para encontrar verdades, fundar una nueva ciudad o en post de glorias o tesoros.  

Son los pájaros carpinteros y los lobos (los mismos que alimentan a sus hijos gemelos) los animales consagrados al dios. Ares bendice la savia penetrante de los árboles, la que crea vida a la fuerza. Porque todo lo hace por las bravas o al margen del orden y la ley. Nada hay de mesura ni de razón en el dios griego. Sin embargo y en contradicción a su carácter sanguíneo, también aparece como el dios de los juramentos y castiga a quienes los rompen. 

Las aventuras de Ares con los mortales y los dioses del Olimpo 

1.- El triángulo amoroso Ares, Afrodita y Hefesto  

La bella diosa Afrodita, inductora del amor y casada con Hefesto, el dios de la fragua y la artesanía, cayó rendida a los encantos de Ares. Poco les importaron a los amantes el adulterio.  Así se deleitaban y solazaban con sus cuerpos sin interiorizar en ningún momento que estaban incumpliendo el orden y la ley. Sin embargo, estos amores furtivos llegaron a oídos del marido engañado, Hefesto, que urdió una estratagema para humillar tanto a Afrodita como a Ares. Llegados a este punto, las versiones difieren. Unas apuntan a una metamorfosis momentánea  del dios de la guerra, convertido, como castigo, en gallo y obligado a cantar cada vez que salía el sol. La más extendida es la humillación pública al convocar Hefesto la asamblea de los dioses justo al lado del lecho de los amantes. Así, todos los miembros del Olimpo asistieron avergonzados a los actos carnales de los amantes adúlteros. A pesar de ese escarnio público, Ares y Afrodita convinieron en seguir sus amores furtivos y de nada sirvieron los inventos de Hefesto para retenerlos. 

2.- Ares y Diomedes  

Ares toma partido en la guerra de Troya de parte de los troyanos con la apariencia de mortal. Hasta ese momento esos actos estaban permitidos entre los dioses del Olimpo. Sin embargo, Ares, farfullero, fogoso e impetuoso, se deja herir por Diomedes que está bajo la protección de Atenea. La diosa guía al héroe para que hiera a su hermano con el que no se llevaba muy bien. Ares, gravemente herido, se refugia en el Olimpo para ser curado. Sus padres entran en cólera por su actuación poco afortunada y por permitir tal afrenta. La misma fue de tal importancia que se ha quedado grabada en la Ilíada de Homero para conocimiento de todas las civilizaciones que han llegado detrás. Desde ese desafortunado contratiempo, los dioses tienen prohibido luchar de igual a igual con los hombres. 

Sentido simbólico de Ares, dios griego de la guerra  

Es visto como el dios de las batallas. Es el que enarbola la bandera de los intrépidos tanto para enfrascarse en sanguinarios actos como para buscar más allá de lo establecido. Al proteger los juramentos, se vuelve un dios que ama la justicia. Poco importa que su carácter fogoso lo lleve a mantener amoríos adúlteros o a forzar a vestales. Las humillaciones no hacen mella en él y se empeña en dominar al adversario. Su ímpetu lo adoba con la fuerza bruta y simboliza el carácter viril repleto de testosterona que no se para a reflexionar. 

Ares es, en definitiva, el protector de la casta guerrera con todos su vicios y virtudes. Sus valores y fogosidad queda de manifiesto en este himno atribuido falsamente a Homero y que data, con toda probabilidad, del siglo IV, cuando los valores griegos y romanos se diluían en la cultura medieval de corte cristiano. 

Ares sobradamente fuerte… corazón valiente… padre de la Victoria que concluye felizmente las guerras, sostén de la Justicia, tú quien dominas al adversario y diriges a los hombres más justos… dispensador de la juventud plena de coraje… ¡oye mi plegaria!¡ Derrama desde lo alto tu dulce claridad sobre nuestra existencia, y también tu fuerza marcial, para que yo pueda alejar de mi cabeza la cobardía degradante, reducir en mi la impetuosidad decepcionante de mi alma y contener el áspero ardor de un corazón que podría incitarme a entrar en la refriega de glacial espanto! ¡Pero tú, Dios dichoso, dame un alma intrépida y el favor de permanecer bajo las leyes invioladas de la paz, escapando al combate del enemigo y al destino de una muerte violenta! 

Himnos homéricos 

Y para terminar, la figura de Ares (o Marte romano) puede rastrearse más allá de la cultura clásica grecolatina e, incluso, aparece en el imaginario céltico al mezclarse con las legiones romanas que ocuparon sus territorios.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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