Según la RAE, la meritocracia es un sistema de gobierno en el que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. Esto supone, en esencia, que el liderazgo y los trabajos de nivel estarían copados por aquellos que han hecho méritos para ello, bien por talento, por esfuerzo o una combinación de ambas virtudes. Por tanto, la meritocracia es un sistema social (tan perfecto que se acerca a la utopía) en el que los mejor preparados guiarían al resto. Sin embargo, como ya han puesto de manifiesto múltiples autores, la meritocracia tiene tantas trampas que se ha convertido en una suerte de sistema aristocrático empeñado en frenar el ascensor social.
Qué es la meritocracia
Aunque, en esencia, ningún país se rige por esta fórmula de gobierno o administración, el término se ha traído y se ha llevado en las últimas décadas como si de un mantra se tratara. Se apela a que, con esfuerzo, tesón, sacrificio y talento, cualquiera (sea de la condición social que sea) puede alcanzar los mayores puestos de responsabilidad. Y eso implica, por supuesto, una mayor remuneración económica, beneficios a todos los niveles y posibilidad de ejercer el poder.
La meritocracia se sustenta en los principios de igualdad y justicia. Es una forma social que, organizada de forma perfecta, contribuye al progreso social y a la equidad. El término fue propuesto en 1958 por el sociólogo estadounidense Michael Young en su obra The Rise of the Meritocracy. La fórmula, por tanto, está asociada a los sistemas democráticos liberales tras la II Guerra Mundial. Los mismos que aceptaron no solo la Declaración de los Derechos Humanos sino también principios de justicia social y de igualdad de oportunidades. Para Young, la meritocracia sería la encargada de crear un nuevo orden social en el que las élites inteligentes y formadas estuvieran en la cúspide de una pirámide sostenida por aquellos que renunciaron (por cualquier motivo) a prosperar. Según sus palabras:
…los talentosos tienen la oportunidad de alcanzar el nivel que se muestra de acuerdo con sus capacidades, y las clases bajas por lo tanto están pensadas para aquellos que tienen peores habilidades.
Orígenes políticos del concepto
Todo comenzó con la “Igualdad, Fraternidad y Libertad” de la Revolución Francesa (1789). Un nuevo orden social se abría para acabar con los desmanes de una aristocracia nobiliaria y monárquica ajena a los graves problemas sociales. Al establecer esa igualdad entre los individuos (independientemente de su nacimiento) se les daba, también, las herramientas para salir de la pobreza por sus propios medios.
El siguiente hito es esa América de las oportunidades en las que el primer autor de la meritocracia concibió su obra (a partir de los años cincuenta del siglo XX). Cualquiera (con trabajo, tesón y una buena idea) podía alcanzar las cumbres del éxito, extremo demostrado con cientos de nombres de personas que, de la nada, lograron hacerse un hueco de valor en la sociedad. Paralelamente, en Inglaterra, también tras la Segunda Guerra Mundial, se intentó poner en valor un sistema educativo que formara a todos los individuos de todas las clases sociales para que así contribuyeran al progreso propio y al común. Otra cosa muy distinta es que (bien entrado el siglo XXI) la de este país sea una sociedad elitista donde aún importan (y mucho) los clubs sociales exclusivos, los colegios de élite y las familias que copan buena parte de la política, el poder y la economía.
Ejemplos de meritocracia
¿Quiero decir con esto que llevo expuesto que la meritocracia no existe? Por supuesto que sí existe y tenemos ejemplos que lo avalan. Pero de ahí a aceptar a que vivamos en un universo perfecto en el que la condición social, la educación recibida, la agenda y el círculo social no influyan en la elección de esos puestos va un trecho. Es más, los últimos estudios se encaminan en esta línea: en aceptar que la meritocracia por sí misma no funciona y que el ascensor social (en España, en algunos puntos de Europa e, incluso, en Estados Unidos) se ha quedado parado.
Buenos ejemplos de meritocracia que merecen nuestro reconocimiento y admiración son esos deportistas que llegan al podio de lo más alto desde la más absoluta pobreza, o contados empresarios (Amancio Ortega, dueño de Inditex) que, con lucidez, talento y buenas dosis de suerte, logran amasar un imperio o aquellos que, de manera limpia, ganan oposiciones, aunque provengan de los estratos más bajos de la sociedad. De hecho, en España, ha sido el sistema más transparente (al menos hasta hace un par de décadas) para subirse a ese dorado ascensor social.
En España, podríamos poner también como ejemplo todos esos individuos anónimos que en la década de los ochenta con tesón, ilusión y esfuerzo, lograron salir por méritos propios de una situación de escasez familiar para copar los escalones de la clase media alta. Se hizo a través del acceso a la universidad y con esa formación se ocupó, por oposiciones, los puestos de la administración o bien era posible trabajar en profesiones liberales con holgura económica y amplias miras culturales.
Meritocracia, ascensor social e igualdad de oportunidades: ¿dónde está la trampa?
En los últimos años, autores como Michael Sandel (1953) o Daniel Markovits (1969), todos ellos pertenecientes a los claustros de las universidades más prestigiosas del planeta, como Yale o Harvard, nos advierten sobre las trampas de la meritocracia actual en la que prima la educación y la familia más que otros condicionantes. Los últimos estudios demuestran, así, que es más fácil acceder a puestos de élite, de responsabilidad, de mejor remuneración y también con posibilidad de influir en la política, si se pertenece a una familia universitaria, estructurada y que ha invertido en educación. Por tanto, la tan ansiada meritocracia, con la llave para ese ascensor social deseado, se presenta con muchas fallas.
No es la que dispone de grandes posesiones de tierras o de inmuebles (aunque también) sino la que ha invertido desde el minuto uno en buenos colegios de élite para sus vástagos y en aquellos conocimientos que, de antemano, saben que son de utilidad para las competencias laborales de un mundo cambiante. Si esto se completa con formación en idiomas, cosmopolita e internacional tenemos los currículum perfectos para copar esos deseados puestos. Michael Sandel denomina a este proceso retórica del ascenso y lo describe de la siguiente manera.
Los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos, no dejándoles en herencia grandes propiedades sino dándoles ventajas educativas y culturales para ser admitidos en las universidades.
Los últimos estudios van más allá y afinan un poco más los condicionantes que se encuentran detrás de la meritocracia. Hablan del barrio, la vivienda, la cosmovisión, los gustos culturales y hasta se relacionan con parámetros aparentemente ajenos como la obesidad o las posibilidades de delinquir. El fenómeno, por tanto, es complejo y no solo puede circunscribirse a lo económico.
La denominada trampa de la meritocracia
Esta supuesta tiranía de la meritocracia (cuando se conoce y acepta) conllevaría, por tanto, que no nos esforzáremos por conseguir un progreso que una élite obtiene por mero privilegio. Y, vamos a más, al apelarse al término (como si de Dios se tratara) los que ya forman parte de ella se auto convencen de que su trabajo vale exponencialmente más de los que están debajo. Además, defienden que aquello que han conseguido es por causa únicamente de méritos propios sin tener en cuenta el sustrato social, económico, familiar y cultural que hay detrás. Y vamos a más, ya que esa élite tiende a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de su situación alimentando más la bola de la injusticia y la desafección. Así se está llegando a dividir a los individuos en dos bandos: los ganadores y los perdedores.
La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás… El incremento de la desigualdad está causado mayormente no por el conflicto entre capital y trabajo, no porque los dueños estén quedándose los ingresos de los trabajadores. Es un conflicto dentro del trabajo, entre la élite laboral y la clase media laboral. Los trabajadores 'superordinados' -de la élite- quitan ingresos a los trabajadores ordinarios. La principal reivindicación del libro es que esa es la causa dominante del incremento de la desigualdad. La segunda, es que este modelo de meritocracia en la educación y en el trabajo es la causa de la concentración de los ingresos en las élites y que la meritocracia se ha convertido no en una forma de igualdad de oportunidades, sino en un método para transmitir privilegios generación tras generación, es decir, una nueva forma de aristocracia basada ahora en la escuela y el trabajo en lugar de en tener tierras.
Daniel Markovits: La trampa de la meritocracia
El status quo aceptado (los de arriba son meritocráticos y, por tanto, saben lo que hacen) saltó por los aires a partir de la crisis de 2008, cuando la población comenzó a ver las miserias de un sistema burocrático poblado por incapaces a la hora de ofrecer soluciones a las problemáticas existentes y, además, a veces vergonzosamente, aferrados a sus puestos por considerarlos meritocráticos. Esta idea se ha agudizado en estos quince últimos años alimentando posturas políticas radicales que nacen de una fuerte desafección entre las élites y la sociedad a la que supuestamente los primeros deben servir. Por tanto, un término positivo y de justicia social, se ha pervertido de tal manera que, al día de hoy, es considerado una trampa o una tiranía y no solo a nivel político o cívico sino también en el plano individual y hasta espiritual.
Una vuelta de tuerca hacia la autoexplotación
Si la meritocracia promete un sistema en el que cada uno somos responsables de nuestro propio éxito y, también, del fracaso personal, al aceptarla podemos incurrir en lo que el también famoso filósofo de la Universidad de Berlín Byung-Chul Han (1959) denomina autoexplotación. Esto es, nos vamos exigiendo a nosotros mismos cada vez más hasta el límite de la extenuación para alcanzar un emplazamiento que no viene condicionado únicamente por nuestro talento, virtudes o dotes. Todo esto puede conllevar un profundo sentimiento de frustración personal.
En el otro extremo, nos encontramos el fatalismo de la llamada Gran Renuncia (en Estados Unidos) o la Ley del Mínimo Esfuerzo (en los países latinos). Estaríamos, por tanto, en un tiempo dionisiaco (siguiendo la división de Nietzsche) en el que prima el caos, el pesimismo, el resentimiento y la frustración, caldo de cultivo para movimientos violentos. En países, tal cual es el caso de España, en el que se percibe la decadencia, la falta de oportunidades y el inmovilismo, se está aceptando, no sin buenas dosis de resignación, que el éxito, el progreso y el crecimiento solo puede ser discreto o parcial. Y eso, además, exige bastantes sacrificios si no acompaña un punto de partida de privilegio o de esquiva buena suerte.
Y ya no solo se considera una trampa la meritocracia sino también el término de resiliencia acuñado por Boris Cyrulnik (1937). Es más, en el último libro del autor, Psicoecología (2021), aborda desde otra perspectiva, el camino de la nueva meritocracia, basada en los estudios de nivel.
Autores que han abordado la meritocracia
1.- Michael Young (1915-2002) fue el primer sociólogo que abordó el tema con perspectiva política.
2.- Michael Sandel (1953) es profesor de la Universidad de Harvard. Considerado una super estrella de la filosofía, obtuvo el premio Princesa de Asturias en el año 2018 en la modalidad de Ciencias Sociales. Sus obras de referencia sobre el tema son La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común? (2020) y Justicia: ¿Hacemos lo que debemos? (2011).
3.- Daniel Markovits (1969) de la Universidad de Yale con su obra La trampa de la meritocracia (2019) está llegando a un público amplio y receptivo.
4.- Byung-Chul Han (1959), de la Universidad de Berlín, aunque desde otra perspectiva, ahonda en el concepto de autoexplotación que supone el afán, a toda costa, de seguir los dictados de la meritocracia.
5.- Cornell Robert Frank (1945) es profesor de economía y escribre una columna en The New York Times donde aborda esta temática junto con asuntos de desigualdad económica, polarización social, enfrentamientos entre grupos y la desafección política.
Entonces, si la meritocracia, tal como se nos presenta en estas primeras décadas del siglo XXI, ha fracaso o se ha corrompido, ¿dónde quedan las posibilidades de progreso prometidas por el ascensor social?
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación