La historia de al-Ándalus (también escrito Al-Andalus, Al-Ándalus e incluso alandalús) comienza en el año 711 con la invasión de la Península Ibérica por parte de tropas musulmanas. Estas estaban formadas por miembros de las tribus beréberes del norte de África del gobernador Abd al-Aziz ibn Muza (640-715). Al mando se encontraba Tariq ben Ziyad (670-720). Y termina en 1492 con la conquista, por parte de los Reyes Católicos, del último reino nazarí de Granada. Entre una fecha y otra, el territorio bajo los musulmanes varía considerablemente llegando a ocupar casi toda la Península Ibérica (alrededor del 718) hasta el último reducto en Granada. Y todo comenzó con una disputa por ocupar el trono del reino visigodo de Toledo, cristiano, de tradición romana y con un sistema sucesorio cuya herencia no siempre recaía en el hijo primogénito. A la muerte del rey Witiza (en el 710 o 711), dos facciones encontradas se batieron a muerte. Una era la comandada por el noble don Rodrigo (688-711) y la otra era partidaria de que ocupara el trono el joven hijo del rey, Agila (695-716).
La historia y leyenda de don Rodrigo, último rey visigodo
Don Rodrigo era un noble duque de la Bética que, al morir el rey, encabeza un revuelta para hacerse con el trono del reino visigodo de Toledo. Esta rebelión acaba en una guerra civil. Era tal el desbarajuste que, aprovechando la debilidad, Tariq ben Ziyad, apoyado por el conde don Julián, gobernador de Ceuta, entra en la península cruzando el Estrecho de Gibraltar. Justo en ese momento las tropas visigodas cristianas se encontraban en el norte luchando entre sí. Ante la gran amenaza, se dirigen rápidamente hacia el sur y se enfrentan con el invasor en un lugar cerca de la actual Jerez de la Frontera. Agotadas, cansadas, hambrientas y exhaustas fueron derrotadas por el ejército de Tariq en la conocida como Batalla del Guadalete que tuvo lugar en abril del 711. El rey Rodrigo desapareció y no se encontró su cadáver. Las huestes beréberes continúan su camino hacia al norte sin apenas resistencia y haciéndose con todo el territorio en unos pocos años. Comienza así la historia de al-Ándalus, término que en árabe significa el paraíso, convirtiéndose, andando el tiempo, en una de las culturas más ricas de la Edad Media europea.
Pero, ¿por qué don Julián cometió tal traición a su religión y a su pueblo? Aquí la historia se mezcla con la leyenda e, incluso, con el mito. El noble era el padre de Florinda, una bella doncella que fue enviada a Toledo para su instrucción. Allí, según la versión más extendida, el rey don Rodrigo forzó a la joven obligándola a ser su concubina. Otras narraciones apuntan a que fue la joven quien sedujo, por ambición, al rey y este no quiso tomarla como esposa. Sea cual sea la versión, los amores eran conocidos en la corte y la muchacha recibía el sobrenombre de La Cava, que significa prostituta. Esta deshonra hacia su hija llegó a oídos de don Julián que, inmediatamente, tomó partido por Agila en las luchas por el trono. Y es así, gracias a su influencia con las tribus beréberes del norte de África, como acordó con el gobernador Muza invadir el reino de Toledo. No conocemos los términos del pacto y únicamente ha pasado a la historia el resultado de esta escaramuza. El general Tariq, comandando un ejército de aproximadamente 10.000 beréberes que un siglo antes se habían convertido a la fe de Mahoma, entra en tierras cristianas acabando con el reino visigodo de Toledo en apenas unos cuantos años.
Las luchas internas entre la nobleza autóctona eran de tal envergadura que los señores apenas opusieron resistencia. Y desde el primer momento pactaron para conservar religión, costumbres y tierras a cambio de fuertes impuestos. Las tropas africanas llegaron, así, con cierta facilidad hasta los Pirineos avanzando hacia lo que hoy es Francia. Tras la derrota musulmana en la Batalla de Poitiers del 732, se replegaron hacia el sur. Ocuparon toda la Península Ibérica excepto el pequeño reino montañoso de Covadonga donde fueron repelidos en el 718. Desde aquí comenzó la denomina Reconquista cristiana.
La primera etapa de al-Ándalus: el emirato dependiente de Damasco
Desde el 718 hasta el 756 Hispania queda bajo el dominio del califato Omeya con sede en Damasco. Esta poderosa familia procedente de Siria gobernaba todo el norte de África, la actual Turquía, la Península Arábica, Persia y lo que hoy es España y Portugal. Hispania se organiza administrativamente como un emirato (al estilo de una provincia) bajo el mando de un valí y la capital se traslada de Toledo a Córdoba.
En esta primera etapa los nobles visigodos pudieron conservar sus creencias, costumbres y tierras a cambio de pagar al califa de Damasco fuertes impuestos. A pesar de este respeto por la forma de vida local, los invasores, siguiendo las órdenes de Mahoma, fomentaron la islamización. Así, por convicción o por conveniencia (ya que se ascendía en el estatus social), buena parte de la población local se convirtió al islam. Estos eran conocidos como muladíes y eran los más numerosos. Por su parte, los mozárabes fueron los que conservaron la religión cristiana, aunque adoptaron buena parte de las costumbres musulmanas. Un tercer grupo religioso convivía con relativa paz (por supuesto, con sus altibajos) en al-Ándalus. Eran los judíos y vivían concentrados en barrios específicos (juderías) dedicados a la artesanía y a oficios liberales de cierta reputación cultural (médicos, escribanos, boticarios…) A pesar del mito de la convivencia pacífica entre las tres culturas, la paz no fue constante. Por eso, en cada revuelta o rebelión, un porcentaje indeterminado de mozárabes emigraba buscando el refugio de los reinos del norte. Se alimentaba, así, los ejércitos necesarios para la Reconquista.
El Emirato Independiente de Córdoba
Lejos de tierras hispanas, en el año 750, la dinastía de los Abasíes se enfrenta a la de los Omeyas venciendo los primeros. Se traslada la capital a Bagdad desde Damasco y comienza uno de los periodos de mayor esplendor de la cultura islámica. Este dura hasta 1250 cuando el Imperio Otomano de los turcos toma el poder. El príncipe Abd al-Rahman (731-788), de la casa Omeya y destronado por los Abasíes, huye hasta Córdoba donde tenía fuertes apoyos. Se hace con el poder proclamando la independencia política (que no religiosa) de Bagdad. Y así, en el 750, se da comienzo al Emirato Independiente de Córdoba.
Y desembocamos en la época de mayor esplendor de la historia de al-Ándalus. La ciudad se convierte en objeto de admiración de los visitantes por su limpieza, su alcantarillado y su iluminación nocturna, avances indicustibles para la época. Desde el gobierno se introducen elementos de higiene como el hammam que ayuda a controlar las terribles enfermedades que asolaban, en la época, a la población. Los cultivos se hacen intensivos aprovechando el agua mediante el uso de ruedas hidráulicas, norias y acequias. La población, por tanto, disfruta de una mejor alimentación al introducir en la dieta legumbres, vegetales y frutas. A la par, los sucesivos emires sufragaron estudios de medicina, astrología, poesía o filosofía y se hacía un esfuerzo por atraer a sabios, filósofos, poetas, escribas y copistas. Aunque no está demostrado del todo, Córdoba llegó a tener una biblioteca de más de 40.000 ejemplares. Otras fuentes aportan un volumen de 400.000 títulos, una cifra espectacular para la época que rivaliza con la mítica Biblioteca de Alejandría. En los alrededores de la mezquita trabajaban mujeres copistas, papeleros, boticarios, astrónomos y pensadores dando cuenta de la riqueza cultura de la Córdoba andalusí.
El Califato de Córdoba con Abd al-Rahman III
Desde 750 hasta 920, aunque el emirato era independiente, lo era únicamente desde el punto de vista político. Fue Abd al-Rahman III (890-961) quien en el año 920 decide desvincularse de Bagdad también desde el aspecto religioso. Con esta independencia total, se ahonda aún más en el esplendor de al-Ándalus. Todo este progreso económico, político, social y cultural dura hasta 1031, cuando se rompe la unidad y se divide el territorio en los llamados Reinos de Taifa. El Califato de Córdoba supuso un largo periodo de paz que propició un extraordinario desarrollo económico. Al dominar el comercio entre Oriente y Occidente, a los zocos y mercados de al-Ándalus llegaban productos frescos de las abundantes huertas cercanas, objetos lujosos, maderas y papel para seguir aumentando los libros disponibles. Todo ello desembocó en una sociedad rica con escuelas, bibliotecas, boticas y palacios donde se fomentaba la poesía y la danza.
Aunque la mezquita, según las últimas prospecciones arqueológicas, se construyó sobre una basílica cristiana anterior, Abd al-Rahman III quiso levantar un palacio que fuera la envidia de embajadores, visitantes, amigos y enemigos. En la falda de Sierra Morena, en apenas veinticinco años y desde la nada, se construyó una colosal ciudad que era residencia de la corte y, a la vez, sede administrativa. Era Medina Azahara, cuyas ruinas hoy son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La división en los Reinos de Taifas hasta el último reino nazarí
A mediados del siglo XI las distintas razias de los señores cristianos del norte iban mermando el poderío del Califato de Córdoba. Se necesitaba un creciente ejército (bien entrenado y alimentado) para hacer frente a las numerosas batallas tanto entre musulmanes contra cristianos como contra distintas facciones de señores. Si la paz trae prosperidad, la guerra desemboca en crisis económicas y culturales. Así, en 1031 comienza la decadencia de al-Ándalus al rebelarse los nobles musulmanes contra el Califa. Y de la riqueza propiciada por la unidad se pasó a la decadencia de la división de las llamadas taifas. El próspero Califato de Córdoba acaba dividido en 23 reinos progresivamente más pobres y frágiles que sucumben uno tras otro bajo los pujantes ejércitos cristianos. De norte a sur tenemos Zaragoza, Toledo, Valencia, Denia, Murcia, Almería, Badajoz, Córdoba, Sevilla…
La división de los Reinos de Taifas desembocó en debilidad, la misma que fue aprovechada por los distintos señores del norte para ir avanzando hacia al sur e ir conquistando nuevos territorios para la causa cristiana. Para frenar este avance, igual que el conde don Julián hizo en el año 711, se buscó la ayuda de los musulmanes beréberes del norte de África. Los almorávides (monjes guerreros de creencia suní malaquí) llegaron en el 1086. Los sunís defendían la elección del Califa de entre los mejores mientras que los sufíes apuestan por la herencia a partir de la descendencia de Mahoma. Los almorávides hablaban el árabe y tenían una cierta cultura. Sin embargo, los almohades que desembarcaron posteriormente, en el 1147, ya formaban un pueblo eminentemente guerrero y apegado a los principios más estrictos del Corán. Sus combatientes renegaban del refinamiento de al-Ándalus y creían firmemente que la decadencia se debió a la corrupción y a una vida disoluta que había olvidado los principios fundamentales de la fe islámica. Las crónicas destacan la fiereza de los almohades. Estos ejércitos ya nada tienen que ver con el refinamiento de la corte de Medina Azahara ni la de Córdoba que empleaba a mujeres como copistas y permitía la poesía femenina.
Las taifas sucumben en su totalidad en el 1238 quedando el único reducto del reino nazarí de Granada, conquistado para la causa cristiana en 1492. Antes había caído Toledo en 1085 bajo las órdenes de Alfonso VI, Zaragoza en 1118 abanderando las tropas cristianas Alfonso I de Aragón, el Batallador. Fernando III de Castilla se hace con la plaza de Sevilla en 1248 mientras Granada resiste con prosperidad desde el punto de vista cultural, agrícola y comercial. El último rey nazarí fue Boabdil (1460-1533) quien, según cuenta la leyenda, abandonó La Alhambra entre lágrimas en su camino hacia el exilo del norte de África.
Con los Reyes Católicos, al-Ándalus llega a su fin. La nobleza y la población general es obligada a la conversión a la fe cristiana, tanto si profesan el islamismo como el judaísmo. El nuevo período que se abre en España ese mismo año es el del descubrimiento de América a ojos europeos, el de la imprenta, el de las aventuras marítimas hacia confines remotos, el del auge de las universidades, el de la vuelta a la cultura clásica grecolatina y, en definitiva, el del Renacimiento europeo. La cultura medieval europea queda atrás y a la par una de las sociedades más avanzadas y refinadas, la de al-Ándalus.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla