Candela Vizcaíno

Candela Vizcaíno

Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla con una larga trayectoria de más de 20 años como periodista, columnista y contenidos online centrados en literatura, arte, viajes, vida sana, familia, gastronomía, moda y feminismo. Con cinco libros publicados, en la actualidad pueden encontrarse en las librerías El Bosque de las Respuestas (cuento infantil ilustrado), Los girasoles florecen en junio (novela) y Poemas sin orden ni concierto

 

El simbolismo y semántica del árbol (en general) es tan poderoso que no hay cultura sobre el planeta Tierra que no lo considere un elemento sagrado. El árbol aparece en ritos, en mitos que explican el origen del mundo, en leyendas, en cuentos donde el héroe debe realizar una proeza o completar con éxito un camino de superación. El árbol está arraigado en la tierra y se eleva hacia el cielo. Por tanto, funciona como un potente símbolo de crecimiento, de elevación y, en última instancia, de superación. El árbol, además, adquiere el significado del cosmos en su totalidad, ya que es regeneración y constante evolución. En él está el principio y el final, el ying y el yang, lo femenino y lo masculino. Y, por último, cuando nos adentramos en lo que significa el árbol de la vida no podemos obviar la semántica de la muerte en su sentido de no final, ya que supone un cambio de estado, una transformación y hasta una transmutación necesaria para comenzar el ciclo eterno donde se dan todos los inicios y todos los finales. 

Símbolo del árbol entendido de manera universal 

Tal como han estudiado, entre otros, Gilbert Durand (1921-2012) y Mirce Eliade (1907-1986), el árbol reúne en sí los cuatro elementos. El agua circula por su savia y, además, atrae la lluvia. La tierra se integra desde la raíz hasta las ramas, pasando por el tronco. El aire lo alimenta a igual que la luz y esta surge por frotamiento para crear el necesario fuego (el cuarto elemento). El árbol pone en comunicación los tres mundos: el subterráneo de las raíces, el de la superficie a través del tronco y el aéreo con las ramas que se elevan hacia el cielo. En el árbol está el todo del universo. En él reside el cosmos al completo.  

La verticalidad no solo está ligada a la visión fálica apuntada por los primeros estudios de psicoanálisis basados en la inconsciente según Freud, sino que, además, es la representación del progreso y del camino que une la tierra con el subsuelo. Es decir, el árbol es el símbolo que une los instintos básicos de alimentación y abrigo con el cielo donde habita la espiritualidad que distingue al hombre del animal. 

Es un poderoso símbolo de ascensión y de progreso. En ciertas técnicas de psicoterapia fundadas en el onirismo, al eje vertical se le asigna un papel, un valor y una significación privilegiados… La historia de las religiones revela por su parte la frecuencia de la imaginería ascensional en ciertas prácticas ascéticas; por otra parte tanto la psicología como la etnografía permiten asignar al advenimiento de la dimensión vertical el valor de un estado de toma de conciencia.  

Gilbert Durand: Las estructuras antropológicas del imaginario  

Tras los estudios basados en el concepto de arquetipo de Carl Gustav Jung, el árbol (en general) se reviste con la semántica de evolución anímica. En él reside el alma que se ha elevado hacia una vida espiritual. Aunque se alude al sacrificio y a la muerte, este estadio es entendido como antesala del renacimiento e, incluso, de la inmortalidad. 

Los distintos significados del árbol (en general)  

Mircea Eliade en su Tratado de historia de las religiones distingue siete interpretaciones principales de la poderosa simbólica del árbol. Son: 

1.- Eje del mundo, ya que es la unión o la escalera entre lo terrenal mortal y el cielo espiritual. 

2.- Árbol ancestro, el antepasado común de una tribu o el lugar donde la comunidad se reúne para los acuerdos de importancia. 

3.- El árbol de los dioses a cuya protección se consagra una especie en concreto o un ejemplar particular. Por ejemplo, el olivo es el árbol sagrado de Atenea, diosa griega de la sabiduría. Para los indios, por poner otro ejemplo, este árbol divino es el llamado Ashvatta.  

4.- Árbol social que simboliza una ciudad, una familia, un rey o una nación. 

5.- Árbol de la ciencia del bien y el mal de la tradición bíblica. 

6.- Árbol invertido por el que las ramas se convierten en raíces y estas salen al sol. Se recoge en la tradición de los vedas indios y en los textos esotéricos hebreos. 

7.- El árbol de la vida que aparece en casi todas las culturas sobre la Tierra.  

Entonces, qué significa el árbol de la vida 

Es trasunto del cosmos, del todo, del movimiento cíclico de la naturaleza, de la muerte que precede a la resurrección. El árbol de la vida es el del crecimiento espiritual, es el que se eleva sobre los instintos terrenales (las raíces) para alcanzar la iluminación del alma (las ramas). Este poderoso símbolo es un arquetipo universal y lo encontramos en las culturas occidentales, en Irán, en Java, en Japón, en China…  

El árbol de la vida significa la regeneración perpetua, el final que es principio. Es el dinamismo de lo físico pero también de lo sagrado. En él está toda la fuerza, toda la potencia. Buda lo elige para alcanzar el Nirvana. En numerosas leyendas, mitos y cuentos el árbol de la vida (o sus frutos) otorga la inmortalidad.  

El árbol cósmico es también… árbol de la vida… arquetipo sobre el cual se construye… eje cósmico tribal o, si se prefiere, es la proyección en lo absoluto de una imagen familiar. Es por ello que todos los abedules -árboles blancos y, en consecuencia particularmente luminosos- y todos los árboles asombrosos por su dimensión y su longevidad, lo evocan y participan de su sacralidad. 

Jean Paul Roux: Fauna y flora sagradas

El árbol de la vida, por tanto, significa la unión de los tres mundos: el subterráneo, el de la tierra y el aéreo. Es la unión de los instintos primitivos con la espiritualidad consciente. Y él mismo es el camino para ese proceso. No se acaba porque su muerte supone una resurrección. Es eterno como el cosmos, el cual representa. Y es, además, la vía de comunicación con los dioses. Presente en todas las culturas sobre la Tierra nos dice del principio y del fin y, también, de la inmortalidad que se consigue a través del dominio del alma.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

 

Todo empezó en el principio de los tiempos paganos cuando los dioses se unían a los mortales para crear héroes o para saciar sus apetitos carnales. Uno de los más prolíficos en estas lides fue Zeus (conocido como Júpiter romano). En una de sus múltiples correrías de marido infiel engaña a Hera (Juno romana) con una princesa mortal de nombre Alcmena. De esta unión nace Heracles. Este Heracles será conocido como Hércules en Roma y la fama de su fuerza descomunal llegó a todos los rincones del Imperio. Fue de tal intensidad y fervor su culto que llegó, incluso, allí donde terminaba el Mediterráneo, en la actual Cádiz donde aún se busca el majestuoso templo en su honor. Como el mito de Hércules y el león de Nemea solo se entiende conociendo los avatares de ambas familias vamos a adentrarnos en los entresijos de los dos clanes. 

Genealogía de Hércules, el héroe obligado a completar doce trabajos  

Era Hércules hijo de Zeus (Júpiter romano) y de una princesa mortal de nombre Alcmena. El dios del Olimpo le prometió a la madre que el niño llegaría a ser rey. Sin embargo, aquí interviene y malmete Hera (Juno), esposa de Zeus, diosa del hogar, del matrimonio y protectora de la familia tradicional. Celosa por la infidelidad de su cónyuge, lo paga con Hércules y hace que nazca con posterioridad a su primo de nombre Euristeo. La diosa conspira para que Hércules permanezca en el vientre de su madre más de nueve meses (aumentando así su fuerza) mientras Euristeo, débil, cobarde y quebradizo se adelanta al parto. Así, este último hereda el trono que le correspondía al héroe.  

Hércules (Heracles griego) crece y es admirado por su valentía y fortaleza. Se casa y tiene hijos. Sin embargo, estos éxitos personales no son del agrado de Hera que vuelve a malmeter en la vida del héroe ya de adulto. Así, una noche, lo hace enloquecer y este, sin saber lo que hacía y totalmente enajenado, asesina a su amada esposa, a sus hijos y a dos de sus sobrinos. La locura llega al apoteosis cuando sale de tal trance y es consciente de lo que ha hecho con sus propias manos.  

Aunque intenta darse muerte, Euristeo, para que expiara sus culpas y para quitárselo de en medio que todo hay que decirlo, le impone los conocidos como doce trabajos de Hércules. Eran aventuras tan peligrosas en las que debía enfrentarse a monstruos terribles que el rey tenía la esperanza de que muriera en alguna de ellas. La primera fue la obligación de dar muerte al león gigantesco y fiero que aterrorizaba a la población de Nemea. 

El león de Nemea y la familia monstruosa del panteón griego  

Era la madre del león de Nemea Equidna, una seductora ninfa de profundos ojos negros y cabellos rizados que tenía serpientes por piernas y se movía por la lascivia y la lujuria. Estaba unida eternamente a Tifón, el gigante que provocaba huracanes y tormentas con sus enormes alas. Y, además, no contento con estos destrozos incendiaba con sus ojos violentos todo aquello que se ponía a su paso. De esta pareja (ambos con serpientes por piernas) nacieron todos los monstruos del imaginario griego, el mismo que fue adoptado, más tarde, por los romanos.  

La familia del león de Nemea no acababa aquí, ya que eran sus hermanos de doble vínculo (padre y madre) la hidra de Lerna, la Quimera, Cerbero, el perro de tres cabezas que habitaba en el inframundo, el dragón Ladón, guardián insomne del jardín de las Hespérides donde crecían las manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad, Ortro, el perro de dos cabezas también asesinado por Hércules en otro de sus doce trabajos. Además, la enigmática esfinge, famosa por presidir una de las pirámides más conocida del arte egipcio, la de Kefrén, era hija de Ortro y la misma Equidna unida incestuosamente a su vástago.  

Con este plantel toda esta familia tendría aspecto y carácter monstruoso y todos sus miembros estaban dispuestos a matar y a asesinar por puro placer. El león de Nemea era un ser gigante que aterrorizaba a esta población vinculada a su nombre y por la que ha pasado a la historia. Era tan fiero que un solo zarpazo podía partir a un hombre por la mitad y su piel tenía tal dureza que era imposible que le atravesaran las flechas. Todo eso terminó cuando llegó Hércules a completar su primer trabajo.  

Mito completo de Hércules y el león de Nemea 

Como hemos indicado más arriba, para expiar sus culpas al héroe le imponen doce trabajos. La mayoría  están relacionados con la familia nacida de Equidna y Tifón, aunque también debe amansar a Asterión, el híbrido mitad hombre mitad toro encerrado en el laberinto del minotauro. En otra ocasión se le pide que robe el cinturón de Hipólita, la reina de las aguerridas amazonas. Sin embargo, el primero de ellos y que condicionaría la fama del héroe y que le permitiría los atributos de la bestia fue, precisamente, el león de Nemea. 

Aunque algunas fuentes indican que mató al monstruo con una flecha envenenada de la hidra de Lerna, este trabajo sucedió después. Así que Hércules, para reducirlo, tuvo que emplear la fuerza bruta por la que era admirado entre los hombres y envidiado por Hera. También le hizo falta una pizca de astucia. Aturdió al gigantesco animal con una enorme maza golpeando su cabeza una y otra vez. Lo estranguló con sus enormes brazos hasta asfixiarlo. Y, posteriormente, con las mismas garras de león de Nemea lo remató hasta darle muerte. 

Acto seguido, Hércules desolló al monstruo y arrancó su cabeza. Con la piel se hizo una coraza tan dura que no le atravesaban las flechas. El craneo, debidamente limpio por dentro y conservando las fauces y la melena, lo utilizó de casco. Así fue como Hércules comenzó a expiar su culpa en los doce trabajos impuestos por su primo el rey. Así también cimentó la leyenda de su fiereza, ya que de esa guisa se presentaba ante otras fieras que debía matar, domeñar, adormilar, secuestrar o robar. Y con tal vestuario nos encontramos a Hércules en infinidad de obras de arte desde la antigüedad hasta prácticamente el día de hoy cuando se ha convertido en personaje favorito de videos juegos o cómics.  

Además, Hércules ataviado con los despojos del león de Nemea, aparece en el escudo de Andalucía flanqueado por dos leones que actúan como símbolos de su fuerza descomunal. Cuenta la leyenda que en otra ocasión Hércules pudo separar la tierra creando el estrecho de Gibraltar. Colocó dos columnas, una en la zona europea y otra en la africana. Estos atributos del héroe pagano son los que representan a esta hermosa y única región del sur de España en su bandera verde y blanca.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

 

El entierro del Conde de Orgaz es una de las obras de El Greco más conocida y hoy se custodia en la Iglesia de Santo Tomé de Toledo. Fue un encargo del párroco Andrés Nuñez para conmemorar un milagro local acaecido dos siglos antes. La obra quedó terminada en 1586. Sigue, en esencia, las características del manierismo y el promotor de la misma, según los documentos conservados, no quedó satisfecho con el resultado. Y no quedó contento precisamente por los mismos cambios e innovaciones que hoy la hacen merecedora de un lugar destacado en la historia. Son las felices contradicciones del arte de todos los tiempos. 

El Greco nació en Creta en 1541 con el nombre de Doménikos Theotokópoulos. Allí comienza su producción pictórica centrada en la elaboración de iconos siguiendo las características del arte bizantino. Viaja a Italia donde entra en contacto con los artistas del Renacimiento italiano más importantes, sus obras y su técnica. Diez años duraron estos estudios hasta que recala en la corte española de Felipe II. Su mejor producción es de este periodo. Muere en Toledo en 1614. 

Características generales de las obras de El Greco 

Todas sus obras acusan un estilo muy original que adelanta los modos del arte barroco e, incluso, formatos que se trabajarían en pleno siglo XX. La temática es eminentemente religiosa quitando un puñado de retratos masculinos en los que los protagonistas aparecen en actitud seria, con poses de honor (El caballero de la mano en el pecho es un buen ejemplo de ello) y vistiendo el traje oscuro con golilla blanca característico de la corte. Sus obras religiosas han olvidado la sobriedad clásica y serena aprendida en Italia y se acercan al drama, al movimiento, a la subjetividad y al pathos del estilo barroco, especialmente las últimas  (Jesús expulsando a los mercaderes del templo es un buen ejemplo). Hay una preferencia por el horror vacui, por el abigarramiento y por la carnalidad. El tratamiento de sus personajes y escenas bíblicas (corroborado por el inventario de su biblioteca tras su muerte) se acerca a la mística que tan fantásticos frutos dio en la literatura española (Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz por poner solo los nombres de dos de los grandes). Encontramos, por tanto, una genuina espiritualidad entendida al margen de la ortodoxia y reflejada con auténtica libertad. Quizás por eso, sus obras, en ocasiones, no eran del agrado de sus patrocinadores y únicamente ha sido reivindicada de pleno derecho en el siglo XX con el gusto impuesto por las vanguardias.  

Las figuras de los cuadros de El Greco presentan un tratamiento muy original con una carnalidad que no se trataba en el arte de la época. Tanto los protagonistas como los formatos tienden a ser alargados y usa colores brillantes en extremo o que no se corresponden con los de la naturaleza. La visión del Apocalipsis, por ejemplo, entronca con las características del expresionismo europeo de principios de siglo XX más que con el arte de principios del siglo XVII. El Greco, en sus obras, en definitiva y reduciendo mucho, capta la esencia interior para llevarla al exterior.  

El Greco El entierro del Conde Orgaz

El entierro del Conde de Orgaz de El Greco

Es un lienzo pintado al óleo de grandes dimensione (480 x 360 cms). La obra narra una tradición milagrosa local y referida a a un hecho acaecido dos siglos antes. El protagonista es don Gonzalo Ruíz de Toledo, un noble nacido en 1526 y muerto en 1323. Vivió en la época de Alfonso X, el sabio y de la Escuela de Traductores. Llegó, incluso, a tener fama de santo en vida por sus innumerables y generosas obras de caridad, su piedad y sus muestras de inquebrantable fe. Esto cimentó la leyenda de su entierro milagroso. Testigos del momento afirmaron que los mismísimos San Esteban y San Agustín bajaron del cielo para depositar al piadoso señor en su sepulcro de la Iglesia de Santo Tomé.  

Dos siglos más tarde, el párroco (de nombre Andrés Núñez) mandó adecentar la tumba, construir una capilla con una bóveda e imprimir loas al señor de Orgaz y a él mismo. ¿El motivo? Acababa de ganar un pleito con dicha villa que se negaba a seguir pagando impuestos. Con toda probabilidad, con esos ingresos sufragó la gran pintura El entierro del Conde de Orgaz de El Greco. En el contrato de dicho encargo se especifica perfectamente el cariz que debía tener la obra. El problema (transformado en virtud y genialidad) llegó cuando el artista interpretó de manera bastante libre las indicaciones.

Análisis de El entierro del Conde de Orgaz

Lo primero que ese a de pintar desde arriba del arco hasta abajo y todo se a de pintar en lienzo hasta el epitafio que estás en la dlha. pared y lo demas abajo al fresco y en ello se [ha de] pintar un sepulcro y en el lienzo se a de pintar una procesión de como el cura y como los demás clérigos que estaban aciendo los oficios para enterrar a don gonzalo rruiz de toledo señor de la villa de orgaz y bajaron san agustin y san esteban a enterrar el cuerpo deste caballero el uno teniéndole de la cabeza y otro de los pies echandole en la sepoltura y fingiendo al rrededor mucha gente que estaba mirando y encima de todo esto se a de hacer un cielo abierto de gloria…

Del contrato de encargo de la pintura El entierro del Conde de Orgaz 

Partes del cuadro

Podemos dividirlo en tres partes desde arriba hacia abajo aceptando que falta la sepultura que también debería haberse pintado. En esencia, la obra es una continuación narrativa añadida a la tumba donde reposan los restos del noble. En la parte superior ese cielo de gloria al que hace alusión el contrato se ha sustituido por toda una escena del día de juicio en el que don Gonzalo comparece desnudo ante Cristo en majestad. El horror vacui es total, ya que la narración se ha completado con angelotes y otras figuras. Este nivel corresponde al cielo, al espíritu, al alma inmortal y eterna. La línea intermedia que divide el cuadro en dos está ocupada por una fila de hombres ataviados según la moda de la corte de Felipe II que observan la escena a la par que miran al espectador. Ellos son el símbolo de lo terreno, de lo actual y de lo cotidiano. A continuación, en el nivel inferior nos encontramos el entierro del señor de Orgaz propiamente dicho en el que los santos, ricamente ataviados, depositan al noble sobre una tumba que no aparece en la obra. Y es sobre la que se sitúa el cuadro. A su alrededor se despliegan religiosos con los atributos del día de difuntos. Este último nivel simboliza la muerte carnal, el fin de la vida en la tierra que solo puede redimirse por la fe, la devoción y la piedad de las que, en vida, hizo gala don Gonzalo.  

Personajes del cuadro El entierro del Conde de Orgaz de El Greco 

1.- Al parecer, cuando la obra estuvo visible para el público los toledanos eran capaces de identificar en esos rostros estáticos e imbuidos de contención a sus contemporáneos. Sin embargo, al día de hoy, únicamente podemos reconocer a Antonio de Covarrubias

2.- Los Santos Agustín y Esteban aparecen con ropas obispales en un suntuoso color amarillo que contrasta con la oscuridad de alrededor. 

3.- En el cuadro también se recogen representantes de la orden franciscana, agustina y trinitaria. 

4.- Andrés Núñez, párroco de la Iglesia de Santo Tomé de Toledo que realizó el encargo, es el cura de la derecha con la capa y los atributos de Santo Tomás. 

5.- El niño de la izquierda que mira fijamente al espectador se ha reconocido como Jorge Manuel, hijo, aprendiz en su taller, seguidor y heredero de El Greco. Nació en 1578 y esa fecha aparece en el papel que le sobresale del bolsillo. 

6.- Por supuesto, don Gonzalo Ruíz de Toledo, señor de Orgaz ya difunto. 

7.- Cristo en majestad, la Virgen María y el alma del conde.  

Más características de la pintura El entierro del Conde de Orgaz 

1.- Hay una referencia metadiscursiva, ya que junto al niño Jorge Manuel se encuentra otra obra. 

2.- Los tonos oscuros de los ropajes contrastan con el dorado de los santos, en clara simbolización con el brillo de la eternidad divina. 

3.- La representación es un oficio de difuntos clásica con su cruz procesional y sus seis cirios. 

4.- La blancura de las manos (símbolo del hacer humano) contrastan con la oscuridad de la obra. 

5.- El Greco no ha querido obviar el aspecto cadavérico y en descomposición a la hora de tratar el rostro lívido de don Gonzalo recordándonos ese memento mori tan querido en el Barroco español. Ha sido reflejado con naturalismo y carga filosófica a partes iguales. 

 

Comentario de El entierro del Conde de Orgaz

Como he anotado, al párroco de la Iglesia de Santo Tomé no le gustaron las licencias que se tomó El Greco. Sin embargo, son las que hacen grande y original la obra. En primer lugar, el cielo de gloria se ha sustituido por una día del juicio abundando aún más en la semántica de contraposición eternidad frente a mundo pasajero y vida frente a muerte. En el nivel superior espera Cristo en majestad, ayudado por la Virgen María, para sopesar los actos de los hombres en desnudez (como don Gonzalo) y despojado de todas las pompas terrenas. Arriba, por tanto, espera la inmortalidad, la gloria eterna y la salvación de las almas a quien se ha conducido con piedad, devoción y generosidad. La línea de los asistentes al entierro marca una frontera. Son, a la par, los espectadores del milagro y también los que pertenecen al mundo de los vivos. El último nivel con el cadáver sujetado por los santos nos introduce de lleno en el reino de los muertos. Esta significación se apoya en toda la parafernalia del oficio de difuntos en el que están presentes representantes de todas las órdenes religiosas de Toledo, tal como era costumbre en la época cuando se daba sepultura a un noble. 

En el aspecto visual contrasta el dorado de los ropajes de los santos con la oscuridad alrededor. Ellos son el punto hacia donde se dirige la mirada, tema último de la obra y, también, unión entre lo pasajero terrenal y lo inmortal celestial. Don Gonzalo luce putrefacto envuelto en su rico atuendo. Estamos, por tanto, ante la carne en corrupción que nos dice de la vacuidad de las vanidades terrenales frente a las glorias inmortales del cielo. 

Todo este abigarramiento simbólico, además, lo ha tratado El Greco en el cuadro El entierro del Conde de Orgaz de una manera muy personal, ya que ha colocado a todos los protagonistas en un locus contemporáneo. Y lo ha hecho no solo vistiendo a todos los intervinientes a la moda del momento sino retratando a personajes reconocibles en el Toledo de finales del siglo XVI. La obra, además, enlaza con el futuro al introducir a Jorge Manuel (hijo y heredero del artista) mirando hacia afuera e interrogando al espectador. Así, de alguna manera u otra, el pintor va enlazado dos temas unidos fuertemente: el devenir de la vida (pasado, presente y futuro) y la proyección cielo frente a tierra e inmortalidad frente a caducidad. Asistimos, por tanto, en el cuadro El entierro del Conde de Orgaz a una representación de un hecho milagroso pero también nos transmite una genuina devoción y creencia en un futuro luminoso tanto en este plano (simbolizado por Jorge Manuel) como en el más allá celestial. 

 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

11 Mayo, 2023

Obras de El Greco

  

El pintor de origen cretense que triunfó en la corte española de Felipe II nació en 1541 con el nombre de Doménikos Theotokópoulos y murió en Toledo (donde desarrolló su mejor obra) en 1614. Con un estilo único, sus primeras pinturas responden a las características del arte bizantino centrado en la elaboración de iconos religiosos. Viajó a Italia donde vivió más de diez años empapándose de lo mejor de la pintura de Renacimiento para recalar, a continuación, en España donde desarrolló el grueso de su producción y sus títulos más conocidos. Las obras de El Greco son originales y, de alguna manera u otra, se adelantan a los gustos de su época. Aunque las de madurez siguen las características del manierismo apartándose de la sobriedad clásica del Renacimiento y aún sin llegar a la exuberancia barroca, el artista adelanta, incluso, los modos del expresionismo. Y el grueso de sus obras de temática religiosa tiene tintes de la más genuina mística por lo que esta corriente supone de espacio de libertad al margen de la ortodoxia dominante. 

Sus figuras presentan un formato alargado (se ha llegado a apuntar, incluso, a algún problema en la vista) y una preferencia por colores que no se encuentran en la naturaleza para los objetos representados. Tiende, además, a reinterpretar los pasajes bíblicos con bastante libertad y todo ello propició más de un encontronazo con sus patronos. Las obras de El Greco, a pesar de su éxito en vida, fueron olvidadas durante el siglo XVIII para, a finales del siglo XIX, volver la mirada a su producción con fervor casi. Estamos en los estertores del Romanticismo y su afán de libertad. Se abren las puertas a las vanguardias históricas y el movimiento expresionista, especialmente, comenzó a ver en estas pinturas un antecedente de esa búsqueda de lo interior reflejado en lo exterior que es característico de este movimiento de vanguardia.  

El Greco El entierro del Conde Orgaz

El entierro del Conde de Orgaz, una de las obras de El Greco más conocida 

Narra un hecho milagroso que hasta el trabajo del artista no había sobrepasado las fronteras de lo local. El protagonista es don Gonzalo Ruíz de Toledo (1256-1323) y vivió en tiempos de Alfonso X, el Sabio. Fue un noble reconocido por sus obras piadosas, su generosidad, su caridad y su devoción. Llegó a ser tutor de Alfonso XI y protector de la reina María. Incluso en vida tuvo fama de santo. Fue enterrado en la Iglesia de Santo Tomé de Toledo. La leyenda cuenta que, por su piedad, los mismísimos santos Esteban y Agustín bajaron del cielo para dar sepultura al noble caballero. Dos siglos más tarde, el párroco de la iglesia ganó el pleito a la villa de Orgaz que se negaba a seguir pagando los tributos. Para celebrarlo de algún modo mandó adecentar el sepulcro del señor de Orgaz, construir una capilla y encargó loas tanto a la vida piadosa de don Gonzalo como a su reciente triunfo en los tribunales. Para honrar a su señor, lo último fue el encargo del cuadro conocido como El entierro del Conde de Orgaz, una de las más hermosas obras de El Greco.  

Es de grandes dimensiones (480 x 360 cms) y fue terminada en 1586. La narración se fecha en el oficio de difuntos y el pintor se tomó bastantes licencias, tantas que la obra no fue del agrado de sus patronos. En primer lugar se le indicó que el cielo debería ser “de gloria”, sin embargo, el artista realizó en la parte alta una impresionante representación del juicio final del señor de Orgaz, con Cristo juez en el centro, la Virgen a la derecha y el noble desnudo a la izquierda. La composición muestra un claro ejemplo de horror vacui ya que el resto de la escena se ha completado con figuras celestiales y angelotes. El siguiente nivel es el entierro propiamente dicho con los santos depositando el cuerpo del noble en su tumba. Los ropajes de estos, a igual que el público asistente están representados con todo lujo de detalles y siguiendo la moda contemporánea del artista. Toda esa “mucha gente que estaba mirando”, tanto de la leyenda como de los términos del contrato, se ha representado en el cuadro de manera profusa. Destaca el niño con golilla que mira al espectador aportando movimiento a la obra. Al parecer es el hijo del artista, Jorge Manuel, que, por entonces, contaba con ocho años. La identidad de los representados aún no se conoce, a excepción del párroco don Andrés Nuñez, promotor de la obra y que lleva los atributos de Santo Tomás, titular de la iglesia donde se guarda esta espectacular obra. Y son sobrecogedoras las manos alargadas de todos los personajes que destacan sobre el fondo oscuro y nos remite a esa idea de “hacer” que solo es propia del ser humano. La pintura en su totalidad hay que leerla de arriba (el cielo, la espiritualidad y la eternidad) hacia abajo (lo terrenal, la muerte, la pudrición y la desaparición). 

 El Greco View of Toledo

Vista de Toledo

Se conserva en Toledo y es una pequeña pintura al aceite de 48 x 43 cms realizada entre 1596 y 1600. Es uno de los pocos cuadros de paisaje de El Greco. El tratamiento tormentoso y acechante que ha escogido para la representación adelanta los gustos de la pintura del Romanticismo y su preferencia por los escenarios dramáticos en los que el alma humana se mide con las fuerzas de la naturaleza. Como otras tantas obras del artista, es un ejemplo de trabajo que se adelanta a su tiempo con un color que no corresponde a la realidad y, por tanto, totalmente subjetivo.  

El caballero de la mano en el pecho by El Greco from Prado in Google Earth

El caballero de la mano en el pecho 

Fue pintado entre 1578 y 1580 y es un retrato de un varón adulto ataviado a la moda del siglo XVI con un tratamiento repetido en infinidad de retratos de este tipo salidos de las manos de El Greco o de miembros de su taller. El protagonista podría ser Juan de Silva y Rivera, Marqués de Montemayor, recogido en una actitud digna con la mano sobre el pecho como si estuviera jurando. Actualmente se custodia en el Museo del Prado y la pintura se ha convertido en un símbolo del carácter recio, sobrio y reconcentrado que se le exigía a los varones en tiempos de la Contrarreforma. La serenidad y el aplomo del retratado llega a la tristeza y nos dice de esos pactos de honor que han conformado el carácter español hasta hace bien poco. 

 Las lagrimas de San Pedro 

Las lágrimas de San Pedro  

Es una de las múltiples versiones que existen de esta temática religiosa y nos remite al arrepentimiento, al dolor, al drama que tan del gusto fue del Barroco español. La versión que disfrutamos se encuentra en el Museo El Greco de Toledo y fue realizada en una fecha indeterminada entre 1541 y 1614. El tratamiento de la naturaleza, una cueva rocosa repleta de plantas, nos adelanta los modos posteriores, ya que el paisaje no es un decorado más sino que realiza un diálogo con el personaje principal. San Pedro, que porta las llaves del cielo y está representado como un adulto maduro, se muestra en actitud de dolor, de arrepentimiento y el entorno se hace uno con su estado anímico. 

Magdalena penitente

Magdalena penitente de El Greco  

Realizado entre 1580 y 1586, es un óleo sobre lienzo de dimensiones medias (104,6 x 84,3 cms). Se conserva en The Nelson-Atkins Museum of Art de Kansas y existen varias copias de taller repartidas por colecciones particulares, museos y templos.  La iglesia de la Contrarreforma, tan poderosa en España, potenció la figura de la Magdalena penitente. Se realizaron múltiples obras en la época con esta temática. La prostituta arrepentida de sus pecados era un símbolo eficaz para mostrar los preceptos de una iglesia enrocada contra las reformas. De hecho hay varias obras de El Greco que trata esta figura. Esta pintura en concreto se aleja del manierismo y se acerca a los modos de la pintura barroca. La santa es representada en estado éxtasis con el largo cabello rubio recorriendo el torso. El fondo rocoso nos anuncia el horror vacui característico del estilo barroco con su preferencia por la contorsión (tratado también en la protagonista), el drama, el pathos y lo extremo.  

El Expolio por El Greco

El Expolio, una de las más hermosas obras religiosas de El Greco

Custodiado en la Catedral de Santa María de Toledo, fue un encargo realizado entre 1577 y 1579. Estamos ante un lienzo de gran tamaño de 285 x 173 cms. Se conocen hasta diecisiete versiones de esta escena de la pasión de Cristo extremadamente rara en la iconografía cristiana. Fue un encargo de la Catedral de Toledo para colocarlo en la sacristía en el lugar de cambio de ropa. Así que, con toda probabilidad, el tema fue impuesto, aunque el tratamiento no era frecuente en la iconografía cristiana. Narra el despojamiento de las ropas de Cristo y comienzo de su calvario que terminaría en la cruz. El acto aparece recogido únicamente en el evangelio apócrifo de Nicodemo: “Y cuando llegó al lugar que se llama Gólgota, los soldados lo desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo y pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, y colocaron una caña en sus manos” (X,56,59).  Cristo aparece en primer término ataviado con un traje de color rojo brillante, símbolo universal de la sangre derramada. El cuadro puede dividirse en tres partes de arriba hacia abajo. En la parte superior, Jesus va custodiado por un ejército de soldados con cascos, picas y vestimenta contemporánea al autor. En la parte central, aparece Cristo ya atado por las manos. Y en la parte inferior derecha las tres Marías (cuya presencia no está contrastada por las escrituras) y en la izquierda un personaje anónimo vestido de amarillo (que contrasta con el rojo vívido de la túnica de Cristo) que prepara la cruz.  

En las obras de El Greco son frecuentes las alusiones a San Pedro arrepentido, a la Magdalena, a los santos, a los apóstoles y la gran mayoría tratan pasajes bíblicos desde el Apocalipsis a la Sagrada Familia pasando por la adoración de los pastores o la Anunciación. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

El manierismo fue un movimiento artístico que surge en la mitad del siglo XVI en Italia y desde allí se expande a toda Europa. Aunque hasta hace unas cuantas décadas se ha considerado un estilo decadente y en transición desde el Renacimiento hacia el Barroco, la crítica contemporánea le otorga entidad propia. Y lo hace ya sea por la calidad e importancia de los artistas que en él se engloban como por las fórmulas artísticas que aúnan a más de una generación de creadores.  Podemos encontrar las características del manierismo en todas las artes y los géneros. En pintura sobresalen, nada más y nada menos, que el último Leonardo (1452-1519), Tiziano (1490-1576), El Tintoretto (1518-1594), Sofonisba Anguissola (1530- 1626) o El Greco (1541-1614). Algunas obras de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) también se adscriben al movimiento, aunque las más importantes pertenecen con plena carta de naturaleza al estilo barroco. Manieristas son también los arquitectos Andrea Palladio (1508-1580) y Jacopo Vignola (1507-1573). Y los grandes nombres de la literatura europea también entran en esta clasificación. Estoy hablando de los imprescindibles Miguel de Cervantes (1547-1616) en español, algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) en inglés y el poeta portugués Luís Vaz de Camôes (1524-1580).   

El término manierismo procede de la palabra italiana maniera que puede traducirse como estilo, entendido este como una forma individual de enfrentarse al arte. El primero que lo describió fue el gran crítico italiano Giorgio Vasari (1511-1574). Por tanto, la genealogía de la palabra ya nos dice de una de las principales características del manierismo, que no es más que la libertad individual a la hora de enfrentarse a las mieles y las hieles de la creación artística. Por supuesto, esto último no hay que entenderlo tal como lo conocemos al día de hoy sino en su proceso histórico. Así, por vez primera los artistas abandonaban la imposición casi de los moldes clásicos en búsqueda de una mayor originalidad. Esto supondría, en primer lugar el acercamiento a personajes marginales y alejados del ideal heroico por primera vez en la historia. Un buen ejemplo  que ilustra este proceso es el desarrollo de la novela picaresca en España. 

El manierismo, además, surge como conciencia de una transformación social. Estamos en plena Contrarreforma y todo lo aceptado con anterioridad empieza a cuestionarse. Es un periodo de crisis en todos los órdenes que hacen saltar por los aires los fundamentos sociales. La crítica y la historiografía anotan como determinantes la peste del año1522 (que propició que los artistas italianos emigraran a distintas cortes europeas en busca de generosos patronos) y el Saco de Roma en 1527 que sumió en absoluta devastación a la cristiandad.

1.- La primera de las características del manierismo es el abandono de la elegancia clásica para ir adentrándose en el gusto por lo sinuoso del Barroco

Si la pintura del Renacimiento, por poner un caso, se desarrolló según unos cánones establecidos en los que primaban el orden, la estructura, la línea y el encasillamiento, con el manierismo nos vamos adentrarnos en el caos de la libertad. Se busca lo sinuoso, lo trágico, la contorsión y el movimiento, extremos que se ajustan mejor a los temas dramáticos que comienzan a gustar. Estamos, por tanto, ante un cambio desde lo apolíneo (sobrio y sereno) del Renacimiento hacia lo dionisiaco (ebrio, caótico y vibrante) del Barroco, según la clasificación que posteriormente haría Friedrich Nietzsche (1844-1900).

Lucas Cranach El Viejo Cristo y la adultera

2.- Se abandonan los temas centrados en los mitos clásicos en favor de los religiosos  

El Renacimiento quiso ser un retorno a la antigüedad clásica tras lo que creían un paréntesis, el de la Edad Media. A ello contribuyó el avance de la imprenta y las nuevas ediciones impecables desde el punto de vista filológico de un Aldo Manuzio, por poner un caso, junto con los nuevos descubrimientos arqueológicos. Por eso, los protagonistas y las fórmulas de la literatura griega y romana se imponen. Hay un gusto por la temática pagana, por los mitos fundacionales clásicos y las Metamorfosis de Ovidio (siglo I) se convierte en un libro de cabecera casi. Los dioses, titanes, ninfas, faunos y sátiros vuelven a ser familiares. Todo esto que era cotidiano en el Renacimiento se va progresivamente aparcando conforme avanza el siglo XVI priorizando temas religiosos. Además, cuando se vuelve la mirada a la antigüedad pagana, el enfoque es siempre el más grotesco o, incluso, la obsceno. Y se comienza a andar la senda para los temas más dramáticos e, incluso, escatológicos que es una de las principales características del Barroco.

3.- El manierismo es un estilo intelectual y dirigido a la élite aristocrática o de la iglesia 

Por eso, encontramos sus mejores obras formando parte de grandes murales. Mientras que el estilo barroco se centra en lo sensorial, en las emociones, en ese resbalarse por los toboganes de las pasiones (la vida frente a la muerte, la pérdida en todos sus aspectos o la degradación) el manierismo se caracteriza por una contención heredada del Renacimiento. Se acerca a las fronteras pero aún mantiene ciertas formas y no llega a lo monstruoso, a lo grotesco, a los límites, al drama de la vida y la muerte o a zambullirse de lleno en el tema de la fugacidad de la vida. 

4.- Una de las principales características del manierismo es la sensación de decadencia  

Esa evolución que iba acorde con una nueva forma de estar en el mundo se entiende incluso como una degradación. Se avanza hacia la nueva maniera pero casi añorando la elegancia y la sobriedad anterior. El ensayo con el grotesco encuentra un buen ejemplo en los antihéroes de la literatura universal. El Quijote es un soñador y no un idealista. Por eso es el prototipo de perdedor. En él se reconcentran las luces y sombras de la condición humana. Un tanto de lo mismo podemos encontrar en El rey Lear de Shakespeare: un rey que baja a los espacios simbólicos de la abyección y que ya ha perdido la luz heroica de los clásicos. Tanto las pinturas como los nuevos textos literarios nos presentan prototipos complejos en los que habitan las luces  y las sombras de la raza humana. Aparecen, además, las máscaras en el sentido de careta que oculta la verdadera personalidad o intenciones.

5.- Otra de las características del manierismo reside en su espíritu caótico e individual  

De hecho, como estamos viendo, las grandes figuras de la literatura europea se forjaron en este estilo. Y un tanto de lo mismo sucede con las artes plásticas. Con el manierismo, los artistas pierden los resortes de lo moldes clásicos que hay que seguir sí o sí para comenzar a innovar. Y en esas innovaciones nos encontramos los mejores ejemplos artísticos del arte occidental. Quizás por eso, fue reivindicado, primero, por los románticos y, posteriormente, por las distintas vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX. 

6.- Una de las características del manierismo es la búsqueda de la realidad  

Aunque esta esté distorsionada, se va alejando de la idealización de los modelos renacentistas. Un buen ejemplo en literatura es la novela pastoril que se entretiene en describir mundos utópicos, perfectos e irrealizables. Otro ejemplo lo encontramos en las novelas de caballería, favoritas del público lector de las décadas anteriores a este movimiento. Si los héroes de este género responden a un ideal perfecto y sin una mancha tanto en el espíritu como en la armadura, con el manierismo se desemboca en El Quijote. El idealismo, por tanto, da paso a la realidad de las pasiones, a los protagonistas fracasados  que, a la vez, muestran todos los vicios y virtudes del alma humana. Por otro lado, en el manierismo también tiene cabida la mística literaria (con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz a la cabeza) ya que este modelo literario busca una libertad interior imposible de encontrar en los encorsetados géneros renacentistas. De hecho, se ha asociado a artistas plásticos del movimiento (tal es el caso de El Greco) con la mística, entendida como una búsqueda de espacio religioso personal e individual al margen de la ortodoxia establecida. 

7.- Aparece el horror vacui característico del estilo barroco  

Y con él se olvidan los fondos oscuros que daban profundidad a los retratos de la pintura del Renacimiento. Las escenas se hacen complejas y cada uno de los elementos de la misma se valen de un amplio abanico de símbolos y alegorías que hay que conocer para entender el significado último de las mismas. Paralelamente que se ensaya con la línea sinuosa en detrimento de las rectas se empieza a usar una pincelada fluida que es novedad en la historia del arte. 

Giorgione La tempestad

8.- Hay un gusto por los colores difíciles que no se encuentran en la naturaleza

La paleta se amplía y se olvidan los grandes tonos (conseguidos con materiales lujosos) de otras épocas. Paralelamente, se utilizan colores que no están en la naturaleza o, si lo están, no es el característico del objeto representado. Hay un gusto por los fuertes contrastes. Y esto es otra base también para la reivindicación por parte de las vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX. 

10.- Otra de las características del manierismo es el acercamiento a la naturaleza

Los paisajes comienzan a ser protagonistas y, por tanto, significan dentro de la obra. No son un mero decorado sino que ella misma realiza un diálogo en la narración o representación. Un claro ejemplo es La tempestad (1508) de Giorgione o  Vista de Toledo (1596-1600) de El Greco. También empieza el gusto por esos paisajes dramáticos que interrogan a los miembros de la raza humana sobre lo divino y lo humano. Este aspecto se retomaría, de otra manera y con mayor intensidad anímica, en el Romanticismo.  

10.- En este periodo el dibujo adquiere categoría autónoma  

Ya no solo es un boceto para una obra posterior. El genio que empezó a despuntar en el manierismo escoge este formato para dejar plasmadas no solo ideas o proyectos sino también obras terminadas. Para el artista manierista se abre, por tanto, un abanico de posibilidades expresivas, que empiezan a echar por tierra los encorsetados moldes de los cánones clásicos.  

En definitiva, las características del manierismo apuntan a un alejamiento de la sobriedad renacentista que se antoja demasiado estática a la hora de representar las nuevas inquietudes. Y se va caminando hacia el espíritu caótico, suntuoso, abigarrado, dramático y extremo que supuso el Barroco.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

El dios Hermes de la mitología griega era el mensajero, el comunicador, el que unía los distintos reinos. Protector de los caminos y del comercio, también encuentran amparo en él todos aquellos que se valen de la astucia o del timo para sacar provecho. Por eso, era considerado el patrón de los ladrones. Si bien este es su lado oscuro, su simbolismo va más allá, ya que Hermes es el que une los universos dispares. Es capaz de cruzar todas las fronteras, negociar y llegar a acuerdos que se antojaban difíciles. Por eso es elegido para que sea el mensajero de los dioses. Habla con los hombres sobre las intenciones de los habitantes del Olimpo y es capaz de realizar provechosos contratos para todas las partes. También se atreve a hollar el inframundo donde Cerbero, el perro de tres cabezas, custodia las puertas del infierno. En Roma se transforma en Mercurio, el dios alado que lleva las noticias, el cartero real y divino. Y su culto, incluso, como veremos, se confunde con los sustratos religiosos de los pueblos celtas tras la invasión de la Galia por Julio César en el siglo I a.C.   

Hermes, mensajero de los dioses griegos 

Se le representa con un sombrero de peregrino e, incluso, con atributos agrícolas. Nos encontramos esculturas en los que Hermes aparece llevando una oveja sobre sus hombres. Así, protege el ganado en la búsqueda de pastos. Sin embargo, si por algo se caracteriza esta divinidad de los mitos clásicos es por las alas. Las lleva en el casco, en el caduceo de oro que porta y, por supuesto, en sus pies. Así, todos los símbolos y atributos del dios nos remite a la velocidad, a la carrera, a la comunicación, a los desplazamientos y a los cambios de todo tipo. Es un ser transfonterizo que lo mismo se desenvuelve con soltura en el mundo de los hombres, en el de los dioses del Olimpo o en el trato con las criaturas del inframundo. 

Cuando Hades raptó a Perséfone y se la llevó a las entrañas de la tierra para convertirla en su esposa, Deméter, la madre de la muchacha y diosa de la agricultura, entró en tal cólera que devastó por completo las cosechas. Tal fue el desbarajuste que tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. Y para ello, envió a Hermes, mensajero de los dioses griegos. Fue él quien llegó al pacto que rige hoy en día los ciclos de la naturaleza. Así, Perséfone se quedaría en el infierno uno o dos trimestres según las versiones y viviría en la superficie con su madre el resto del tiempo. Hades cumplió su parte del trato y Deméter el suyo. Por eso, mientras la joven está en el inframundo no florecen ni crecen las plantas, ya que la naturaleza acompaña a la diosa en su tristeza. 

No fue esta la única vez que Zeus envía a Hermes a realizar alguna compleja tarea de comunicación. Así, lo mandó (en esta ocasión con engaño) a intentar convencer a Prometeo para que desistiera de entregar el fuego de los dioses a los hombres. En esta ocasión, el rey del Olimpo quiso que fuera Hermes el que se enfrentara a la profecía. La misma auguraba que la muerte le esperaba al primer dios que hablara con el titán que se aliara con la raza humana. Afortunadamente, ambos siguieron vivos y Prometeo fue liberado de su tortura infinita. 

Las otras habilidades de Hermes

Sin embargo, el mensajero de los dioses griegos no solo es un comunicador, un protector de los caminos y de las encrucijadas, allí donde hay que hacer una elección. Su papel no se reduce a las transacciones comerciales, ya que también es un hábil artesano. Es el primero que fabrica una lira con el caparazón de una tortuga y las cuerdas de bueyes que ha sacrificado él mismo. Se refugia para aprender de sus sonidos en el fondo de una gruta. Y hasta allí llega Apolo embelesado por la música divina. Hermes, el dios griego de los pactos y los acuerdos, ante el capricho de Apolo, entrega el instrumento a cambio de lecciones de adivinación y del caduceo de oro por el que es reconocido. Es de esta manera como el dios de los caminos se hace con una vara altamente simbólica en la que están enrolladas dos serpientes. Con él ya puede cruzar, definitivamente, todas las fronteras, pertenecer a todos los mundos, traspasar todas las puertas, comunicarse con dioses y hombres. Es a partir de este instante cuando Hermes se convierte, también, en el protector de aquellos que cambian de estado, de aquellos que están en perpetuo movimiento emocional y espiritual.  

La leyenda del caduceo se relaciona claramente con el caos primordial (dos serpientes se baten), con su polarización (separación de las serpientes por Hermes) y con el enrollamiento alrededor de la varita que realiza el equilibrio de las tendencias contrarias alrededor del eje del mundo, lo cual permite a veces afirmar que el caduceo es símbolo de paz. Hermes es el mensajero de los dioses y también el guía de los seres en su cambio de estado. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

El dios de los viajes también es el guía o acompañante de las almas que dejan el mundo de los vivos para adentrarse en el de los muertos. Por eso, se le denomina con el atributo psicopompo. Además, no solo es capaz de ahuyentar los espíritus y los fantasmas en esta travesía sino también conduce de manera exitosa a aquellos que se atreven a la búsqueda, ya sea esta física o espiritual.  

Hermes y Afrodita 

A Hermes se le atribuye infinidad de amantes de ambos sexos. Sin embargo, su relación amorosa más conocida es con Afrodita. Casada con Hefesto, de aspecto envejecido y dedicado a la fragua, la diosa de la sensualidad y los placeres carnales se caracterizó por sus impúdicas entregas adúlteras tanto con mortales como con dioses. Famosos y recogidos por artistas de todas las épocas fueron sus amores con Adonis y, también, con Ares, el dios de la guerra. De esta unión nació Eros, el caprichoso arquero de la pasión y el enamoramiento.  

Pues bien, la relación de Hermes y Afrodita duró tan solo una noche. Sin embargo, tuvo que ser muy apasionada ya que de esa aventura nació Hermafrodito, un bello muchacho andrógino que fue abandonado inmediatamente por su madre tras el parto. Criado por las ninfas de las montañas, sale a recorrer el mundo cuando cumple quince años. Llega hasta un lugar que hoy se identifica con Bodrum, en Turquía. Allí, sofocado por el calor, se desnuda para bañarse en una fuente de agua transparente y limpia.  

En la misma habitaba la náyade (ninfa de los arroyos y los ríos) Salmacis que queda prendada por  la sublime belleza de Hermafrodito. Sin embargo, el muchacho no tiene interés en relación carnal alguna con la joven y se va alejando de las aguas. En esto, entre en escena Eros, nacido de Afrodita y de Ares y, por tanto, hermano de Hermafrodito. Con una de sus flechas y con el espíritu burlón que le caracteriza, por la espalda, clava una flecha a Salmacis quien ya se ve envenenada de pasión hacia el bello muchacho. 

Es tal la lujuria que invade a la ninfa que invoca a los dioses para que no permitan la separación del hermoso joven. Y lo hace con estas palabras recogidas por Ovidio (siglo I) en sus Metamorfosis:  

-Oh, dioses! -prorrumpió la hembra ardiente- ¡Haced que jamás nada ni nadie me pueda separar de él! 

De nada sirvieron las súplicas de Afrodita y de Hermes ante la asamblea de los dioses para evitar lo que vendría después. Zeus concedió el deseo a la ninfa que se enlazó con Hermafrodito de tal manera que se convirtieron en un solo ser en el que estaban presentes los atributos de los dos sexos. Y así siguieron para siempre. 

Y, por último, Hermes, dios de los caminos, mensajero de los dioses, protector de los comerciantes, de los ladrones, de los que viajan (tanto en el plano físico como espiritual) llegó a territorios más allá de Grecia. Lo hizo a través de Mercurio, su correlato romano, en las filas de Julio César en sus guerras contra los celtas de la Galia. Allí, como un ente transfronterizo que era, se fusiona con Lug (quien da nombre, entre otras localidades, a Lugo o Lyon). Era este un dios mixto, mitad sabio druida mitad sátiro lascivo que manejaba tanto la medicina como la artesanía. Era, por tanto, como Hermes, un ser que recorría todas las fronteras, que pertenecía a todos los mundos sin ser de uno solo. Como el dios de la mitología griega, protegía los caminos, el comercio, los viajeros y peregrinos. Se caracterizaba por una elocuencia capaz de cerrar buenos pactos y contratos. Era igual que Hermes de la mitología griega y mensajero de los dioses quien podía negociar acuerdos difíciles con ladrones, dioses, humanos o las mismísimas criaturas que habitan el inframundo.

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

La Quimera de la mitología griega era un monstruo híbrido y casi imposible que escupía fuego y sembraba la destrucción allí por donde pisara. Perteneciente a una familia aberrante, se la representa con cola de dragón, cuerpo de cabra (las patas traseras), cabeza de león, alas de dragón y cola de serpiente. Todo en ella está revestida con los atributos de la perversión y la oscuridad. Su imagen fue estudiada a la luz de los símbolos y los arquetipos de Carl Gustav Jung. Como veremos, recibió el interés de grandes autores, desde el Homero de la Ilíada, donde aparece por primera vez, J.L. Borges, uno de los principales autores del ultraismo o del poeta sevillano Luis Cernuda quien le dedicó (ya convertida en idea) en la protagonista del mejor y más sublime de sus poemarios: Desolación de la quimera.  

Genealogía de la Quimera de la mitología griega

Pertenecía a una extirpe de monstruos y de seres híbridos que tan bien ha recogido la literatura griega. Era su madre Equidna, una bella ninfa de profundos ojos oscuros y preciosa cabellera que lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón quien, con sus enormes alas, provocaba tormentas y tornados, juntos engendraron una legión de monstruos. Tenía el padre ojos que lanzaba llamas y también piernas por serpientes. Se refugiaban en la oscuridad de las cuevas y solo producían devastación bien por ellos mismos o a través de su aberrante progenie.  

Con esta genética nació Quimera, un horrible monstruo híbrido en el que se mezclaba la lascivia de la cabra, heredada de su madre quien, incluso, no tenía reparos en unirse a alguno de sus hijos de forma incestuosa para seguir engendrando más monstruos. Las serpientes y las alas de dragón las heredó de su padre. Y, como el león de Nemea, uno de sus hermanos, tenía cabeza de este fiero animal.  

Completaban el panorama familiar Cerbero, el perro de tres cabezas portero del infierno, también Ladón, el dragón que nunca dormía guardián del jardín de las Hespérides donde crecían las manzanas que otorgaban la inmortalidad. La familia no acababa aquí, ya que de Equidna (la madre) y Ortro (el perro de dos cabezas, hermano de Quimera) nació la esfinge, con cuerpo de león y cabeza de mujer que destrozaba a quien no supiera responder a sus enigmáticas preguntas. Había otra hermana más: la hidra de Lerna, con varias cabezas de serpientes abatida por Heracles (Hércules romano). Completaba la familia monstruosa, las gorgonas, hermanas de la madre (Equidna) y, por tanto, tías de Quimera. 

Así que, con estos genes, Quimera solo podía nacer como un ser híbrido y monstruoso al máximo. Se dedicaba a liquidar el ganado y a asolar los campos de trigo con su aliento de fuego. Era tal el pavor que le tenía la población que se necesitó un héroe para acabar con ella. Así fue como Belerofonte, ayudado por Atenea, diosa de la sabiduría y de la táctica de la guerra, doma, primero, al caballo alado Pegaso. Y montado a lomos del animal, logra sobrevolar el nido de Quimera. Le clava flechas en la garganta que el monstruo derrite con su fuego. Y, al tragarlo, va calcinando todos sus órganos hasta morir ahogada en sus propias llamas, como mueren los sueños que se sustentan en ideas vanas.  

El símbolo de la quimera a la luz del psicoanálisis 

Al participar de distintos animales, según el simbolismo propuesto por el psicoanálisis, la Quimera representa un cúmulo de vicios. Del león coge la fiereza sin domar, la que daña gratuitamente. Ella es la culminación de los caprichos que destruyen la personalidad, como los torrentes que, cuando se llenan de agua, inundan todo lo que está a su alrededor. Por eso, su figura fue favorita de poetas y literatos. Es la mezcla que devasta. Es la acumulación de vicios que acaba en destrucción total. Por eso, solo se puede domeñar a través del vuelo del espíritu. Recordemos, en este sentido, que es vencida por un héroe a lomos de un caballo alado. Andando el tiempo, su hibridez es tan imposible que se convirtió en el sinónimo de esta palabra: lo imposible, lo que no puede ser por acumulación de anhelos y deseos.  

La quimera es una deformación psíquica, caracterizada por una imaginación fértil e incontrolada; expresa el peligro de una imaginación fértil e incontrolada; expresa el peligro de la exaltación imaginativa. Su cola de serpiente o de dragón corresponde a la perversión espiritual de la vanidad; su cuerpo de cabra, a una sexualidad perversa y caprichosa; su cabeza de león, a una tendencia dominadora que corrompe toda relación social. Este símbolo complejo se encarnaría por igual en un monstruo que devasta un país… 

Paul Dies: El simbolismo en la mitología griega

La Quimera de la mitología griega en la literatura y en el arte de todos los tiempos  

La denominada Quimera de Arezzo es una escultura de pequeño tamaño encontrada en el siglo XVI y una de las obras más sublimes del arte etrusco (siglo V). La bestia es representada con tres cabezas, la de león que corresponde a su cuerpo, una de cabra que sale del lomo y otra de serpiente que remata la cola. Así la describió Heródoto de Halicarnaso (siglo V a.C) en su Teogonía donde da cuenta de todos los monstruos, dioses y héroes de la mitos griegos mezclados con hechos históricos y fundacionales de la antigua Grecia. En la Ilíada, Homero (siglo XV a.C), en el libro VI, nos dice de su origen divino, aunque sus padres, en esencia, no sean dioses. Se nombra en la Eneida de Virgilio (siglo I a.c) y en las obras de Plutarco de Queronea (siglo I de nuestra era).  Rabelais (1493-1553) la eligió para representar lo enorme, el mal gusto, lo excesivo. Y recibió atención de Jorge Luis Borges (1899-1886) quien también le dedicó uno de sus cuentos a Asterión, el minotauro vencido por Teseo con ayuda del hilo de Ariadna. Luis Cernuda (1902-1963), uno de los más importantes poetas de la generación del 27,  la eligió para el más brillante y sublime de sus poemarios: Desolación de la Quimera (1962)

Y, por último, la Quimera de la mitología griega sigue estando presente en la creación contemporánea en forma de monstruo protagonista de cómics, mangas o videojuegos. Es uno de los favoritos ya que es tal su grado de hibridez que permite un sinfín de posibilidades. Quimera, en español, hoy significa lo imposible, lo falso, lo incoherente (como el monstruo híbrido) y los sueños hechos pedazos de una imaginación desbordada en los límites de la ilusión. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

 

La hidra de Lerna fue un monstruo en forma de serpiente de la mitología griega. Su aspecto era tan aberrante que se la describe con cinco, siete o nueve cabezas, según las fuentes a las que acudamos. Emitía un aliento tan fétido que solo con su vaho dejaba tumbados a sus enemigos. Y si era peligrosa su sangre, ya que era venenosa hasta la letalidad, no lo era menos sus fieras cabezas dispuestas a morder o desgarrar, ya que se multiplicaban por dos cada vez que se cortaba una. Por eso, era tan difícil darle muerte. Fue Heracles (Hércules romano) el que pudo con la bestia en el segundo de sus doce trabajos. Pero vamos por partes.  

Genealogía de la hidra de Lerna 

¿Quién era este monstruo que habitaba los pantanos de Lerna sembrando el pánico entre sus habitantes? Era su madre Equidna, una bella ninfa de subyugantes ojos negros y larga caballera rizada que tenía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón cuyas enormes alas hacían brotar los volcanes, temblar la tierra o crear grandes huracanes, ambos engendraron la mayoría de los monstruos de los mitos griegos. La familia vivía en cuevas y el padre se dedicaba a incendiar (con sus ojos en llamaradas) todo aquello que se le ponía por delante. La madre, a la luz de los estudios del psicoanálisis, ha sido identificada con los símbolos de la lascivia ya que no se paraba ante nada. E, incluso, se unió a uno de sus hijos, Ortro, el perro de dos cabezas, para engendrar a la esfinge completando un círculo de absoluta abyección. 

Esta familia tóxica, o infernal más bien, no se acababa aquí ya que formaban parte del clan el dragón insomne Ladon, guardián de las manzanas que otorgaban la inmortalidad del jardín de las Hespérides. A la esfinge, hay que unir la Quimera, el ya mencionado Ortro, el león de Nemea, tan fiero y con una piel tan dura que nadie podía darle muerte y Cerbero, el perro de tres cabezas guardián de las puertas del infierno.  

Esta era la estirpe de la hidra de Lerna, simbolización perfecta de todos los vicios propios de la raza humana. Este monstruo habitaba las aguas pantanosas que rodeaban las entradas del inframundo. Y allí emitía su aliento fétido a todo aquel que osara acercarse a ella. No había manera de darle caza ya que surgían dos cabezas allí donde se segaba una, multiplicando, por tanto, el problema con cada nuevo golpe de espada.  

Hércules y la hidra de Lerna, un resumen del mito 

A esta escabechina puso fin Heracles (o Hércules romano) quien tras enloquecer por los tejemanejes de la diosa Hera (por ser el héroe hijo de Zeus, su esposo) mata a toda su familia: sus hijos, dos sobrinos y su esposa. Roto de dolor cuando se da cuenta de lo que ha hecho es obligado por el rey a realizar doce trabajos para purgar su culpa. Estos consistían, en dar muerte a la gran mayoría de los monstruos de la literatura griega. Ayudado por la diosa Atenea, la de la sabiduría, logra cazar al león de Nemea, hermano de la hidra de Lerna, recordemos. Con su dura piel se hace una armadura y con la cabeza un terrorífico casco. Y de esta guisa realiza el resto de los trabajos.  

El segundo de ellos es dar muerta a la hidra de Lerna. Así se dirigió hacia las aguas pantanosas que eran el hogar de la bestia. No tuvo reparos en segar una a una sus cabezas con la espada, pero se encontró que cada vez que cortaba una cabeza esta volvía a surgir multiplicada por dos. Fue Atenea la que susurró al héroe lo que había que hacer. Y ayudado por su sobrino Yolao este dejaba caer una red ardiente sobre el muñón que el héroe lograba decapitar. Así cicatrizaba sin darle oportunidad a la hidra de Lerna a regenerarse. Con gran esfuerzo Heracles logró arrancar todas las cabezas hasta llegar a la última que la enterró bajo una piedra no sin antes aprovechar la sangre venenosa para empapar las puntas de sus flechas. Y tuvo especial cuidado de no mezclarla con el agua ya que eso supondría la muerte de todos los peces. 

Simbolismo de la hidra de Lerna  

A Heracles aún le quedarían por delante muchos monstruos por enfrentarse, entre ellos a Asterión, el híbrido mitad toro mitad humano, el minotauro que fue reducido por el héroe. También tendría que vérselas con las aguerridas amazonas para robar el cinturón de su reina. Y con esta hazaña que tratamos hoy el héroe se provee de un arma letal: el veneno de la hidra, símbolo de todos los vicios, de la arrogancia del narcisista, de la crueldad de la egolatría y del egoísmo del soberbio. 

Esta figura ha sido estudiada a la luz del psicoanálisis y de los arquetipos de C.G. Jung, ya que las cabezas que surgen una y otra vez del lodazal actúan como el trasfondo de la corrupción. Ella es la ambición, la exaltación, la crueldad, la trivialidad y, además, el monstruo vive en las aguas estancadas de los pantanos donde el agua no fluye y, por tanto, no es posible la purificación. Su sangre es venenosa y sus cabezas, como los pecados, se multiplican sin fin. El héroe, por tanto, al conseguir reducirla, logra elevarse un peldaño más en post de ese afán de espiritualidad que persigue. Recordemos que los doce trabajos de Heracles (o Hércules romano) no son más que un castigo, una purga, por unos delitos que, si bien ha cometido de su mano, lo ha hecho en un momento de enajenación.  

La hidra, que vive en los pantanos, se caracteriza más especialmente como símbolo de los vicios triviales. Mientras viva el monstruo y la vanidad no esté dominada, las cabezas, símbolo de los vicios, vuelven a salir, incluso a pesar de que en una victoria pasajera se llegue a cortar alguna.  

Paul Dies: El simbolismo en la mitología griega 

La imagen de la hidra de Lerna de la mitología griega fue, además, popular en el arte barroco y se representó con profusión. Este estilo, tan dado a lo grotesco, lo monstruoso y a la representación de lo que está al otro lado, vio en esta figura aberrante el trasunto perfecto de la oscuridad del alma humana.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

03 Mayo, 2023

El león de Nemea

 

Hijo de Equidna, madre de todos los monstruos, y del gigante Tifón, el león de Nemea pertenece a una estirpe aberrante que simboliza, en la mitología griega, todos los vicios oscuros. ¿Quién era este león de Nemea y de dónde provenía? 

El árbol genealógico del león de Nemea 

Era su madre Equidna, una hermosa ninfa de ojos profundos y cabello largo oscuro de exuberante belleza de cintura para arriba. Sin embargo, de ombligo hacia abajo lucía serpientes por piernas. Su padre era el gigante Tifón cuyas enormes alas provocaba maremotos y terremotos. Con sus ojos ardientes arrasaba en llamas todo aquello que le causaba ira y, como su esposa, también tenía serpientes por piernas. De esta unión nacieron casi todos los monstruos de los mitos recogidos por la literatura griega: Cerbero, el perro de tres cabezas, portero del infierno; el dragón insomne Ladon, guardián del jardín de las Hespérides donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad; la hidra de Lerma, la Quimera, el perro Ortro de dos cabezas y… el león de Nemea. Los vicios de esta monstruosa familia no acaban aquí ya que Equidna, en el colmo de la abyección, se une a su hijo Ortro para crear la esfinge cuya más famosa y sublime representación en el arte egipcio es la gigantesca y más que conocida de la pirámide de Kefrén.  

Esta era la familia del león de Nemea condenada a llevar el caos allí por donde pasaban. El león nacido de Equidna y Tifón era de tal envergadura que nadie podía darle caza. Hacía estragos en Nemea donde se dedicaba a devorar a todo aquel que le salía a su paso. Era su piel tan dura que no era posible que le traspasaran las flechas.  El cuerpo, como su cabellera, brillaba como el sol o el metal. Y así siguió aumentando su reguero de muerte hasta que se cruzó en su camino Heracles o Hércules romano cuyo primer trabajo fue, precisamente, dar caza a esta bestia.  

Heracles y el león de Nemea 

Heracles, tras la locura provocada por Hera, esposa de Zeus (su padre) y diosa de la familia y el hogar, mata a su propia esposa, a sus hijos y a dos sobrinos. Castigado por tales horrendos crímenes, se le encarga que, para purgar sus culpas, deberá enfrentarse a doce trabajos. Estos consisten en dar caza o muerte a las más terribles bestias de la Grecia clásica. Así, amansó a Asterión, el minotauro, aunque este murió a manos de Teseo con la ayuda del hilo de Ariadna. Secuestró a Cerbero. Robó el cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas y mató a Ortro, cuando cuidaba los rebaños del gigante Gerión. 

Pero todo eso fue después de matar al león de Nemea, el primer trabajo de Heracles. Como la bestia tenía una piel tan dura que no le atravesaban las flechas, al rescate del héroe salió Atenea, diosa de la sabiduría y de la táctica de la guerra. Con la ayuda de la deidad pudo matar al animal justo cuando se disponía a darle un zarpazo y acabar con la aventura. Como era imposible desollarlo, utilizó las propias garras de la bestia. Con esta piel se vistió Heracles y con la cabeza se confeccionó un aguerrido y terrorífico casco. Y de esta guisa, con los despojos del león de Nemea, se presentaba en la corte de su primo el rey cada vez que completaba otro de los doce trabajos encomendados. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

A través de la literatura griega, nos ha llegado la genealogía de un ser monstruoso, la esfinge, una criatura aberrante fruto de amores incestuosos. Tiene una amplia representación tanto en los mitos clásicos como en el arte egipcio. La esfinge se nos aparece sentada y anclada, por tanto, a los vicios de la tierra. Aunque tiene alas, estas no tienen utilidad alguna, ya que no sirven para alzar el vuelo. Con cabeza de mujer y cuerpo de león, su iconografía más conocida es la situada en la prolongación de la pirámide de Kefrén, junto a Gizeh. Allí se encuentra impertérrita desde hace más de cuatro milenios y medio. Y su misión es interrogar al caminante mientras guarda el mundo putrefacto de los muertos. 

El árbol genealógico de la esfinge  

Los mitos griegos nos hablan de los inicios del mundo pagano cuando los dioses se enfrentaron a los gigantes para dominar la raza humana. Vencieron los primeros y los titanes fueron expulsados del Olimpo. De entre ellos destacaba el fiero Tifón, de tal envergadura que era capaz de crear terremotos y maremotos únicamente con el batir de sus enormes alas. De sus ojos salían fuego abrasador que incendiaba todo aquello que era objeto de su ira. Por piernas lucía grandes serpientes. Unido a la aberrante ninfa Equidna, de inigualable belleza de cintura para arriba pero monstruosa desde el ombligo, engendraron todos los monstruos de la mitología griega. Así nacieron Cerbero, el perro de tres de cabezas y portero del infierno, la Quimera, el dragón Ladon, guardián de las manzanas de oro que otorga la inmortalidad del jardín de las Hespérides, la Hidra y Ortro el perro de dos cabezas. Es este el padre de la Esfinge. ¿Y la madre?  La misma Equidna, unida incestuosamente a uno de sus monstruosos hijos. Ella, por tanto, es doblemente aberrante, doblemente infernal. Es la madre y la abuela de la esfinge, de todas ellas, de las que asaltaban a los caminantes griegos, de la que custodiaba las puertas de Tebas y la labrada en piedra en el Valle de los Muertos de Egipto.  

Como sus hermanos y sus padres, se dedicaba a causar terror a todo aquel que se atreviera a acercarse a ella. Tenía preferencia por los caminantes a quienes interceptaba para abrumarles con preguntas enigmáticas que solo pueden ser resueltas con astucia. Aquellos que no lograban completar los acertijos morían en sus garras. Esfinge es, por tanto, más que un símbolo del terror que amenaza al héroe en su camino de búsqueda al salir del hogar para encontrar lo desconocido. Ella es el temor a a la muerte y también al fracaso, convirtiéndose en un auténtico arquetipo, según la terminología de Carl Gustav Jung. De hecho, se la representa no solo en el arte egipcio sino también en el griego y en el de Asia Menor. 

La esfinge de Egipto  

El pavor que infundía hizo que su imagen se eligiera para guardar las puertas de la pirámide de Kefrén y que nadie osara adentrarse en la tumba del faraón. Esta imponente representación de la arquitectura egipcia se representa sentada dejando ver su cuerpo y enormes garras de león. De mirada enigmática, la cabeza de mujer sigue los patrones de la moda y la vestimenta egipcia. Está situada de tal manera que su sombra se prolonga sobre la inmensidad del desierto. Mira hacia el este, hacia donde nace el sol. Ni siquiera se preocupa por acechar agazapada sino que atemoriza a toda aquel que, de lejos,  se adentra en el Valle de los Muertos, allí donde se encuentran las puertas hacia el más allá.  

Al participar de los atributos del león, simboliza la fuerza en combate y el poderío de la naturaleza. Aún así, la esfinge anuncia la muerte y guarda el reino de los difuntos. No hay vida en ella. Nada nos dice del vuelo de la espiritualidad a pesar de lucir alas. Todo en el monstruo nos recuerda la caducidad que amenaza a todas y cada una de las criaturas terrenales. 

Es el guardián de los umbrales prohibidos y de las momias reales; escucha el canto de los planetas; vela al borde de las eternidades, sobre todo lo que fue y sobre todo lo que será; mira como se escurren a lo lejos los Nilos celestes y el bogar de las barcas solares.  

Albert Champdor: El libro de los muertos

Su redescubrimiento, a finales del siglo XVIII, cuando se mira de nuevo al mundo antiguo a través de los viajeros del Grand Tour, entronca con una de las características del arte del Romanticismo. La esfinge, como el artista o el poeta, se erige en el demiurgo, en el comunicador de los mundos posibles, el terreno y el de más allá de los muertos, los espíritus y los fantasmas. 

La esfinge griega y el enigma resuelto por Edipo

Aparece en los mitos que explican el inicio del mundo y cuando la civilización humana conquistó la tierra. No hay una sola, la que es hija de Equidna y de Ortro, sino que se convierte en un especie única de monstruos. Los caminantes se topan con ella en los caminos y este ser abominable los interpele con preguntas enigmáticas. Un fallo en la respuesta supone la muerte. 

Esfinge fue vencida por Edipo en Tebas. Se situó sobre las puertas de la ciudad y exigía cada día el sacrificio de un joven al que interpelaba con enigmas. Al no responder correctamente, el monstruo le daba muerte. De luto constante por la pérdida de sus mejores muchachos, así se encontró Edipo su ciudad de regreso por el mundo.  

El héroe se enfrentó al monstruo que le espetó el siguiente enigma:  

¿Quién es el ser, el único ser de entre todos los habitantes de la tierra, las aguas, el aire, que tiene una única naturaleza, pero posee dos pies, tres pies y cuatro pies, y es más débil cuanto más pies posee?

Edipo, de vuelta de la vida, con inteligencia y astucia, responde sin dudar: el hombre. El hombre camina a cuatro patas de bebé, a tres (ayudado por un bastón) de anciano y erguido en dos patas la mayor parte de su vida. Así es derrotado el monstruo, con la elevación del raciocinio creador. 

La esfinge simboliza la intemperancia y la dominación perversa y, cual el azote que devasta un país… las secuelas destructoras del reinado de un rey perverso… Todos los atributos de la esfinge son los índices de la vulgarización: ella no puede ser vencida más que por el intelecto, por la sagacidad, contraforma del embrutecimiento vulgar. Está sentada sobre la roca, símbolo de la tierra: adherida a ella, como pegada, es símbolo de la ausencia de elevación.  

Paul Dies: El simbolismo en la mitología griega 

Con el correr de los siglos, la esfinge, tanto de los textos griegos como del arte egipcio, se ha convertido en el símbolo, no ya de la adivinanza (que nos remite al juego), sino de lo enigmático, de lo que no puede concebirse únicamente a través de la inteligencia y del raciocinio. La esfinge interroga a los miembros de la raza humana sobre la naturaleza misma y sobre aquello que está más allá del reino cenagoso de los muertos. En definitiva, ella es la destrucción que espera a todas y cada una de las criaturas vivas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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