Judith Leyster nace en Haarlem (Holanda) en 1609. No pertenecía a familia de artistas, tal como era frecuente entre las pintoras de la época (y solo hay que recordar los nombres de Artemisia Gentileschi, Lavinia Fontana o Marietta Robusti, hija de El Tintoretto). Su padre era cervecero y, al parecer, se introdujo en este oficio para ayudar a su familia a sobreponerse de una bancarrota. Tuvo un éxito discreto en vida, ya que, tras su matrimonio, se dedicó al cuidado del hogar y los hijos. El desbarajuste en el catálogo de sus obras, propició que, tras su muerte, buena parte de su opus fuera atribuido a Frans Hals (1582-1666) e, incluso, su firma ocultada con capas de pintura. Aún hoy en día siguen apareciendo obras de Judith Leyster que se creían salidas de los pinceles de artistas masculinos.
Un repaso a la biografía de Judith Leyster
Poco se sabe de su vida más allá de que era hija de un cervecero de Haarlem y que se inició en los pinceles en su ciudad natal. Al parecer, estudió con Frans Pietersz de Grebber (1573-1649) y con el ya mencionado Frans Hals, el máximo exponente de la pintura del Siglo de Oro Holandés. Tampoco está claro cómo la obra de Judith Leyster fue manipulada para que pareciera de este último artista.
En 1633 entra en la Orden de San Lucas de Haarlem, una especie de hermandad en la que orfebres, artesanos y pintores se apoyaban mutuamente. Judith fue una de las dos únicas mujeres admitidas en el grupo. Al parecer, su conocido Autorretrato (el que encabeza este texto) fue la obra que realizó como prueba de acceso. En 1636 se casa con Jan Miense Molenaer (1610-1668), un pintor conocido y la pareja se muda a Amsterdam para luego regresar a Haarlem. Con el matrimonio se termina la carrera artística de Judith ya que se dedica a las tareas del hogar y al cuidado de sus cinco hijos de los cuales solo dos llegaron a la edad adulta.
Tras su muerte, en 1660, la obra de Judith Leyster cayó completamente en el olvido, tanto que sus cuadros eran clasificados como “pertenecientes a la esposa de Molenaer”. Por si eso fuera poco, al parecer, en algún momento y debido a la semejanza de estilo con las obras de Frans Hals, las telas de nuestra protagonista fueron objeto de manipulación para hacerlas pasar por las del pintor con una cotización en el mercado del arte muy superior a la de nuestra protagonista. Su característica firma, en la que aparecen las iniciales JL rodeadas de una estrella, se cubrió sobre capas de pintura y esas obras fueron asignadas a otros artistas masculinos con mayor remate en las subastas.
El escándalo llegó en 1893, con juicio de por medio incluso. La obra objeto de la discordia fue La alegre pareja, hoy y en aquella época en el Museo del Louvre. En una limpieza salió la firma de la pintora dando lugar a un pleito entre los anteriores propietarios, la casa de subastas y el museo. A partir de esa atribución, se ha ido ampliando el catálogo de la artista encontrándose que buena parte de su obra ha sido objeto de la misma o similar manipulación. Hoy en día es considerada lo que es: una estrella de las artes holandesas y una de las pocas mujeres que tienen un lugar de honor en el Rijksmuseum de Ámsterdam.
Características artísticas de la pintora
Muy resumidamente y en plan esquemático tenemos:
1.- Aún no se conoce el catálogo completo de sus obras, ya que ni siquiera en vida se realizó uno. Tras su matrimonio, colaboró con los encargos de su esposo y es imposible dilucidar en qué lugar empieza y termina la mano de cada uno.
2.- Todos los cuadros son de pequeño formato y rara vez superan los 80 cms de alto.
3.- Apenas encontramos retratos de encargos que tan buenos ingresos permitían a los pintores de la época. Todos ellos son bodegones, naturalezas muertas o escenas de género en el que predominan personajes anónimos, sencillos y populares.
4.- Las obras de Judith Leyster nos retratan interiores con personajes alegres, sonrientes, vivaces, tocando instrumentos y todo con un estilo brillante, en movimiento y de espíritu positivo.
5.- Utiliza una rica paleta de colores y los personajes están retratados con realismo extremo captados realizando actividades divertidas o lúdicas. Predominan los músicos, interiores que se nos antojan de tabernas, niños riéndose con gatitos en sus brazos, bebedores o jugadores de cartas. Todo en la obra de Judith Leyster es un canto a la vida, a la cotidiana y sencilla de gentes sin más ambición que pasar lo mejor posible por este mundo.
6.- Los ambientes son siempre profanos, cotidianos y los protagonistas aparecen relajados, como si la pintora los hubiera pillado haciendo sus cosas. Hay que hacer notar que la artista trabaja mientras se desarrolla el arte barroco con su gusto por lo monstruoso, la tristeza y esa sensación de que la vida en la tierra no merece la pena ser vivida. La obra de nuestra artista se encuentra en la dirección contraria y todo en ella es un canto a la alegría y a la felicidad.
Obras de Judith Leyster y breve comentario
La alegre pareja (1630)
Actualmente se encuentra en el Museo del Louvre y fue la obra que abrió la polémica de las falsas atribuciones. La artista nos ha escamoteado el interior ya que los protagonistas se sitúan sobre un fondo negro. El hombre toca el violín mientras la mujer parece que escancia algo de vino mientras lo mira sonriente y con arrobo casi. El ambiente es de alegría y las ropas han sido reproducidas con un realismo casi táctil ya que adivinamos a la perfección los encajes, el lino o los terciopelos. La expresión de los rostros está reproducida con la habilidad de un miniaturista.
El concierto (1631)
Esta obra es de la misma línea, aunque el conjunto no presenta la misma brillantez y atención al detalle que la anterior. El tema es el mismo: una velada alegre amenizada con instrumentos musicales.
Serenata (1629)
Al parecer, para esta obra utilizó como modelo a su marido y de ella hay varias versiones, una incluso está en una colección particular de difícil identificación. El rostro y las manos reflejan ese momento alegre y feliz que tanto retrató la artista y lo hace con una pericia extrema, con brillantez y soltura. A la par, las ropas y el instrumento musical están reproducidos a la perfección. Todo en la obra nos remite a ese disfrute que han hecho famosas las obras de Judith Leyster.
El trío feliz (1630)
Del mismo tenor es esta última en la que tres muchachos cantan alegremente e, incluso, se nos antoja un principio de baile.
Autorretrato
Sorprende el tratamiento que de su persona da la artista. Aparece en actitud relajada, sonriente y en plena faena, aunque el traje que se ha colocado es el de gala con esa enorme gorguera que impide cualquier trabajo manual. La artista se aleja, así, de lo que hasta entonces venía siendo la norma: seriedad, elegancia y prestancia.
Las obras de Judith Leyster por su brillantez, vivacidad, sencillez y alegría están entre las más cotizadas al día de hoy. Lejos queda ya ese intento de apropiación por no sabemos quién ni con qué objetivo. Podemos intuir que, al renegar de la fama, incluso en vida, ella misma pudo contribuir a que alguien se aprovechara del talento que había desplegado en su pintura. Hoy, su producción es objeto minucioso de estudio y se espera que puedan salir más cuadros en los que, una mano interesada, haya tapado la firma JL rodeada de una estrella.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla