La esfinge griega y de la mitología griega

La esfinge

La esfinge

Candela Vizcaíno

 

A través de la literatura griega, nos ha llegado la genealogía de un ser monstruoso, la esfinge, una criatura aberrante fruto de amores incestuosos. Tiene una amplia representación tanto en los mitos clásicos como en el arte egipcio. La esfinge se nos aparece sentada y anclada, por tanto, a los vicios de la tierra. Aunque tiene alas, estas no tienen utilidad alguna, ya que no sirven para alzar el vuelo. Con cabeza de mujer y cuerpo de león, su iconografía más conocida es la situada en la prolongación de la pirámide de Kefrén, junto a Gizeh. Allí se encuentra impertérrita desde hace más de cuatro milenios y medio. Y su misión es interrogar al caminante mientras guarda el mundo putrefacto de los muertos. 

El árbol genealógico de la esfinge  

Los mitos griegos nos hablan de los inicios del mundo pagano cuando los dioses se enfrentaron a los gigantes para dominar la raza humana. Vencieron los primeros y los titanes fueron expulsados del Olimpo. De entre ellos destacaba el fiero Tifón, de tal envergadura que era capaz de crear terremotos y maremotos únicamente con el batir de sus enormes alas. De sus ojos salían fuego abrasador que incendiaba todo aquello que era objeto de su ira. Por piernas lucía grandes serpientes. Unido a la aberrante ninfa Equidna, de inigualable belleza de cintura para arriba pero monstruosa desde el ombligo, engendraron todos los monstruos de la mitología griega. Así nacieron Cerbero, el perro de tres de cabezas y portero del infierno, la Quimera, el dragón Ladon, guardián de las manzanas de oro que otorga la inmortalidad del jardín de las Hespérides, la Hidra y Ortro el perro de dos cabezas. Es este el padre de la Esfinge. ¿Y la madre?  La misma Equidna, unida incestuosamente a uno de sus monstruosos hijos. Ella, por tanto, es doblemente aberrante, doblemente infernal. Es la madre y la abuela de la esfinge, de todas ellas, de las que asaltaban a los caminantes griegos, de la que custodiaba las puertas de Tebas y la labrada en piedra en el Valle de los Muertos de Egipto.  

Como sus hermanos y sus padres, se dedicaba a causar terror a todo aquel que se atreviera a acercarse a ella. Tenía preferencia por los caminantes a quienes interceptaba para abrumarles con preguntas enigmáticas que solo pueden ser resueltas con astucia. Aquellos que no lograban completar los acertijos morían en sus garras. Esfinge es, por tanto, más que un símbolo del terror que amenaza al héroe en su camino de búsqueda al salir del hogar para encontrar lo desconocido. Ella es el temor a a la muerte y también al fracaso, convirtiéndose en un auténtico arquetipo, según la terminología de Carl Gustav Jung. De hecho, se la representa no solo en el arte egipcio sino también en el griego y en el de Asia Menor. 

La esfinge de Egipto  

El pavor que infundía hizo que su imagen se eligiera para guardar las puertas de la pirámide de Kefrén y que nadie osara adentrarse en la tumba del faraón. Esta imponente representación de la arquitectura egipcia se representa sentada dejando ver su cuerpo y enormes garras de león. De mirada enigmática, la cabeza de mujer sigue los patrones de la moda y la vestimenta egipcia. Está situada de tal manera que su sombra se prolonga sobre la inmensidad del desierto. Mira hacia el este, hacia donde nace el sol. Ni siquiera se preocupa por acechar agazapada sino que atemoriza a toda aquel que, de lejos,  se adentra en el Valle de los Muertos, allí donde se encuentran las puertas hacia el más allá.  

Al participar de los atributos del león, simboliza la fuerza en combate y el poderío de la naturaleza. Aún así, la esfinge anuncia la muerte y guarda el reino de los difuntos. No hay vida en ella. Nada nos dice del vuelo de la espiritualidad a pesar de lucir alas. Todo en el monstruo nos recuerda la caducidad que amenaza a todas y cada una de las criaturas terrenales. 

Es el guardián de los umbrales prohibidos y de las momias reales; escucha el canto de los planetas; vela al borde de las eternidades, sobre todo lo que fue y sobre todo lo que será; mira como se escurren a lo lejos los Nilos celestes y el bogar de las barcas solares.  

Albert Champdor: El libro de los muertos

Su redescubrimiento, a finales del siglo XVIII, cuando se mira de nuevo al mundo antiguo a través de los viajeros del Grand Tour, entronca con una de las características del arte del Romanticismo. La esfinge, como el artista o el poeta, se erige en el demiurgo, en el comunicador de los mundos posibles, el terreno y el de más allá de los muertos, los espíritus y los fantasmas. 

La esfinge griega y el enigma resuelto por Edipo

Aparece en los mitos que explican el inicio del mundo y cuando la civilización humana conquistó la tierra. No hay una sola, la que es hija de Equidna y de Ortro, sino que se convierte en un especie única de monstruos. Los caminantes se topan con ella en los caminos y este ser abominable los interpele con preguntas enigmáticas. Un fallo en la respuesta supone la muerte. 

Esfinge fue vencida por Edipo en Tebas. Se situó sobre las puertas de la ciudad y exigía cada día el sacrificio de un joven al que interpelaba con enigmas. Al no responder correctamente, el monstruo le daba muerte. De luto constante por la pérdida de sus mejores muchachos, así se encontró Edipo su ciudad de regreso por el mundo.  

El héroe se enfrentó al monstruo que le espetó el siguiente enigma:  

¿Quién es el ser, el único ser de entre todos los habitantes de la tierra, las aguas, el aire, que tiene una única naturaleza, pero posee dos pies, tres pies y cuatro pies, y es más débil cuanto más pies posee?

Edipo, de vuelta de la vida, con inteligencia y astucia, responde sin dudar: el hombre. El hombre camina a cuatro patas de bebé, a tres (ayudado por un bastón) de anciano y erguido en dos patas la mayor parte de su vida. Así es derrotado el monstruo, con la elevación del raciocinio creador. 

La esfinge simboliza la intemperancia y la dominación perversa y, cual el azote que devasta un país… las secuelas destructoras del reinado de un rey perverso… Todos los atributos de la esfinge son los índices de la vulgarización: ella no puede ser vencida más que por el intelecto, por la sagacidad, contraforma del embrutecimiento vulgar. Está sentada sobre la roca, símbolo de la tierra: adherida a ella, como pegada, es símbolo de la ausencia de elevación.  

Paul Dies: El simbolismo en la mitología griega 

Con el correr de los siglos, la esfinge, tanto de los textos griegos como del arte egipcio, se ha convertido en el símbolo, no ya de la adivinanza (que nos remite al juego), sino de lo enigmático, de lo que no puede concebirse únicamente a través de la inteligencia y del raciocinio. La esfinge interroga a los miembros de la raza humana sobre la naturaleza misma y sobre aquello que está más allá del reino cenagoso de los muertos. En definitiva, ella es la destrucción que espera a todas y cada una de las criaturas vivas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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