El término betilo es de origen semítico y su significado literal es “casa de Dios”. Un betilo es un bloque de piedra que se considera procedente del cielo y, en consecuencia, regalo de los dioses. Así pues se convierte inmediatamente en un elemento sagrado y, además, de primer orden. En ocasiones, es un meteorito. Son muy frecuentes en la cultura céltica y tienen una importancia sobresaliente para los árabes, incluso antes de Mahoma. Y en este sentido nada más tenemos que recordar la imprescindible adoración de la piedra en La Meca, peregrinaje obligado para los creyentes musulmanes. En esencia, a los betilos se le rinde culto porque en ellos residen el poder divino. Por supuesto, no son rocas cualquieras y, a su alrededor, se despliegan poderosos relatos que explican el mundo o hechos sagrados de especial trascendencia. Al simbolismo básico de la piedra se le añade la semántica divina, ya que son considerados regalos de los dioses a los hombres. Son, por tanto, un medio de comunicación entre lo oculto y el medio natural.
El betilo y las piedras en la Biblia
La primera referencia aparece en el Génesis. Estando Jacob cansado, cogió una piedra y recostó su cabeza para dormir. Allí tuvo un sueño (vía de comunicación con Dios y con el inconsciente) y se apareció una escalera (otro poderoso símbolo de ascensión y de unión) que terminaba en el cielo. Allí, el mismísimo Yahveh le prometió la tierra que se desperdigaba a su alrededor para sí y para su descendencia. Consciente Jacob de la importancia de la piedra, la coge y la transforma en un betilo; esto es, ya no es una roca cualquiera. Es la casa de Dios y a través de ella es posible la comunicación con la divinidad.
¡Así, pues, está Yahveh en este lugar y no lo sabía! Y asustado dijo: “¡Que temible es este lugar!¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!” Levantose Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. Y llamó a aquel lugar Behtel, aunque el nombre primitivo era Luz.
Génesis: 28, 11-19
A partir de aquí todos los pactos con Dios estarán grabados en piedra, como el pacto de Josué y, por supuesto, las Tablas de la Ley entregadas por Yahvéh a Moises. Que se conviertan en betilos, en la casa de Dios, es el paso siguiente. Estos objetos se transforman, por tanto, en puntos de comunicación divina, en teofanías por las que los hombres se dan cuenta de lo más importante: de lo sagrado, del camino a seguir para la salvación y, en definitiva, de la posibilidad de trascendencia. Y bajo esta perspectiva son veneradas por las generaciones venideras.
Betilos en los mitos griegos y romanos
El más conocido es el ombligo del mundo, el omphalos del Santuario de Delfos. Era el sello que cubría la tumba de la serpiente sagrada Pitón y, por tanto, el animal mítico que comunicaba el inframundo con los seres sobre la tierra. Alrededor de este betilo, de esta piedra consagrada a Apolo, se generó todo un culto: el oráculo de Delfos. A través de la adivinación se buscaba, en esencia, la comunicación con la divinidad, una guía para conocer el porvenir, un mapa de luz para seguir el camino cuando el alma humana se adentraba en la oscuridad.
En cuanto ombligo, esta piedra simboliza un nuevo nacimiento y una conciencia reintegrada. Es el asiento de una presencia sobrehumana. Desde la simple hierofanía elemental representada por ciertas piedras y rocas -que asombran al espíritu humano por su solidez, dureza y majestad- hasta el simbolismo onfálico o meteórico, las piedras culturales significan siempre algo que rebasa al hombre.
Mircea Eliade: Tratado de historia de las religiones
No podemos olvidar que el culto a Apolo se basa en las piedras. Un tanto de lo mismo sucede con el dios Hermes de la mitología griega. Su nombre procede de los hermai, piedras que se colocaban como señales al borde de los caminos. Por tanto este dios griego (como mensajero del Olimpo, patrono de los comerciantes y de los viajeros) cuidaba de ellas.
El culto romano a la diosa Cibeles procede de Frigia, en la actual Turquía. Ella es la gran madre, protege el árbol de la vida y llegó a ser considerada el origen de todos los dioses. A Cibeles se consagró un betilo, una piedra negra para la que se construyó un santuario específico. Esta roca también es un aerolito.
Las piedras sagradas en la tradición celta
Continúan siendo objeto de peregrinación y de culto incluso al día de hoy. En torno a ellas se ha levantado toda una cosmogonía en la que es posible la comunicación de distintos mundos. Tanta fuerza tiene esta tradición mítica que llega incluso a obras de arte, películas o series contemporáneas. Ponemos el ejemplo de Outlander, la exitosa saga de libros y de TV en la que su protagonista viaja al pasado tras atravesar betilos sagrados.
Buena parte de estas piedras son considerados también omphaloi (ombligos del mundo) aunque únicamente con carácter local. En la cultura celta adquieren la forma de menhires bien en solitario o bien dispuestos en círculo. Aunque aún continúa la controversia sobre los usos de los más importantes de la arquitectura prehistórica, es unánime su carácter sacro sin obviar otras utilidades más profanas. El culto a San Patricio en Irlanda procede de la destrucción de un betilo por parte del santo. Con este gesto se inicia el Cristianismo en las islas abandonándose el paganismo. Sin embargo, en ciertas zonas, todas estas sensibilidades religiosas en torno a las piedras se han conservado casi intactas hasta el día de hoy.
Los betilos en la religión musulmana
Y, por supuesto, no podemos olvidar un betilo primordial en la cultura musulmana, la Kaaba de la Meca, lugar central y de peregrinación obligatoria para todos los creyentes. Su culto supone una obligación ineludible para todo creyente. Se refuerza, así, su carácter sagrado y de comunicación con Dios. La Kaaba es principio y final (como el betilo de Heliópolis del antiguo Egipto donde se posaba el ave fénix). Nada puede haber más allá de sus fronteras. Sin ese espacio sagrado, el creyente está perdido, hueco, vacío y con el alma a medias, ya que, en ausencia de roca sagrada, no consigue la unión con la divinidad. El betilo, por tanto, se convierte en un anclaje primordial en la vida humana en tanto y en cuanto posibilita la trascendencia.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla